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sábado, 12 de agosto de 2017

La Carreta del Diablo Durante mi infancia, allá por el año de 1954, escuché en voz de algunos hogareños los relatos de personas del barrio de San José, como don Apolonio Amezcua, la señora Carmen Banda y Graciela Aguila, entre otros, quienes narraban experiencias que habían vivido en varias ocasiones a deshoras de la noche. Según ellos, oían el crujir de una carreta, el rechinido de unas cadenas que supuestamente pendían de ésta y también el pausado pero sonoro ruido de los cascos de dos caballos que jalaban el macabro transporte. Se decía que la carreta era conducida por el demonio: un personaje cubierto con una gran capa negra, a lo largo de la cual se iban desprendiendo unas lengüetas de fuego color naranja. No podía verse claramente la cara de este personaje y decían escuchar palabras gruesas, altamente ofensivas, cuando la llamada “carreta de la muerte” cruzaba el barrio. Algunos hacían memoria que por el año de 1920 ya se escuchaba el paso de la carreta. Hubo muchas versiones, hasta llegaron a pensar que pudiera ser un tranvía tirado por mulas, cruzando a su regreso nocturno por ese barrio. Por supuesto, los que decían haber visto la carreta no aceptaban por ningún motivo la versión del tranvía. ¿La razón….? Decían haber mirado unos pies colgando de la tarima en la parte trasera, y aseguraban que eran los cuerpos de las almas que se llevaba el diablo. En una ocasión en que Migue, Chabela, don Apolonio, Samuel y el profesor Aguila se encontraban reunidos en el zaguán de la casa marcada con el número 326 de la calle 5 de Mayo, surgieron las charlas que eran comunes por la noche, mientras se refrescaban con la brisa nocturna. Alguien hizo el comentario de que la noche anterior había cruzado la carreta de la muerte y se habían escuchado voces y maldiciones de las almas que el mismo diablo se llevaba. Esa noche, fue cuando escuché la versión para mi más convincente. Migue comentó: -Mira, Apolonio, es tu conciencia la que te hace ver y oir esas cosas. -No, Miguel. Yo me levanté como a las dos de la mañana y hasta vi cuando un cuerpo cayó de la carreta. Luego, el mismo diablo lo cubrió con su túnica y lo arrojó de nuevo sobre la tarima –contestó Apolonio. -Mira Polo –insistió Migue-, ya te dije que es tu conciencia. Te voy a explicar sobre lo que yo me di cuenta. Efectivamente, si era una carreta la que después de media noche cruzó por nuestra calle, pero no era “la carreta de la muerte”, sino El Rizo de Oro, dueño de la cantina que está en la otra calle, junto a la tienda “El Campo 4”. A Leopoldo y Bartolo se les pasaron las copas y El Rizo de Oro los subió a su carreta, para llevarlos a sus respectivas casas. Las mentadas que escuchaste, eran de los dos borrachos discutiendo y peleando. A causa de la pelea, Bartolo se cayó y El Rizo de Oro tuvo que levantarlo y ayudarlo a subir nuevamente a la carreta. El solo no hubiera podido, pues su estado de ebriedad no se lo permitía. No podía ni pararse. La túnica era el “poncho” negro con rayas rojas que siempre trae puesto El Rizo de Oro para cubrirse del frío. Así pues, no era ninguna carreta del diablo ni nada que se le parezca. Ha sido siempre el servicio que el dueño de la cantina da a sus parroquianos. Carreta del diablo o no, esta es una de las explicaciones más convincentes sobre ese vehículo que cruzaba por las noches las calles del barrio de San José. A muchos vecinos del barrio no les convencía esta explicación de las apariciones y aún les queda la duda de si “la carreta del diablo” existió o no. Añoranzas. José Francisco Vázquez Martínez. August 12, 2017 at 11:38AM


Colima Antiguo http://ift.tt/2hUGpUc La Carreta del Diablo Durante mi infancia, allá por el año de 1954, escuché en voz de algunos hogareños los relatos de personas del barrio de San José, como don Apolonio Amezcua, la señora Carmen Banda y Graciela Aguila, entre otros, quienes narraban experiencias que habían vivido en varias ocasiones a deshoras de la noche. Según ellos, oían el crujir de una carreta, el rechinido de unas cadenas que supuestamente pendían de ésta y también el pausado pero sonoro ruido de los cascos de dos caballos que jalaban el macabro transporte. Se decía que la carreta era conducida por el demonio: un personaje cubierto con una gran capa negra, a lo largo de la cual se iban desprendiendo unas lengüetas de fuego color naranja. No podía verse claramente la cara de este personaje y decían escuchar palabras gruesas, altamente ofensivas, cuando la llamada “carreta de la muerte” cruzaba el barrio. Algunos hacían memoria que por el año de 1920 ya se escuchaba el paso de la carreta. Hubo muchas versiones, hasta llegaron a pensar que pudiera ser un tranvía tirado por mulas, cruzando a su regreso nocturno por ese barrio. Por supuesto, los que decían haber visto la carreta no aceptaban por ningún motivo la versión del tranvía. ¿La razón….? Decían haber mirado unos pies colgando de la tarima en la parte trasera, y aseguraban que eran los cuerpos de las almas que se llevaba el diablo. En una ocasión en que Migue, Chabela, don Apolonio, Samuel y el profesor Aguila se encontraban reunidos en el zaguán de la casa marcada con el número 326 de la calle 5 de Mayo, surgieron las charlas que eran comunes por la noche, mientras se refrescaban con la brisa nocturna. Alguien hizo el comentario de que la noche anterior había cruzado la carreta de la muerte y se habían escuchado voces y maldiciones de las almas que el mismo diablo se llevaba. Esa noche, fue cuando escuché la versión para mi más convincente. Migue comentó: -Mira, Apolonio, es tu conciencia la que te hace ver y oir esas cosas. -No, Miguel. Yo me levanté como a las dos de la mañana y hasta vi cuando un cuerpo cayó de la carreta. Luego, el mismo diablo lo cubrió con su túnica y lo arrojó de nuevo sobre la tarima –contestó Apolonio. -Mira Polo –insistió Migue-, ya te dije que es tu conciencia. Te voy a explicar sobre lo que yo me di cuenta. Efectivamente, si era una carreta la que después de media noche cruzó por nuestra calle, pero no era “la carreta de la muerte”, sino El Rizo de Oro, dueño de la cantina que está en la otra calle, junto a la tienda “El Campo 4”. A Leopoldo y Bartolo se les pasaron las copas y El Rizo de Oro los subió a su carreta, para llevarlos a sus respectivas casas. Las mentadas que escuchaste, eran de los dos borrachos discutiendo y peleando. A causa de la pelea, Bartolo se cayó y El Rizo de Oro tuvo que levantarlo y ayudarlo a subir nuevamente a la carreta. El solo no hubiera podido, pues su estado de ebriedad no se lo permitía. No podía ni pararse. La túnica era el “poncho” negro con rayas rojas que siempre trae puesto El Rizo de Oro para cubrirse del frío. Así pues, no era ninguna carreta del diablo ni nada que se le parezca. Ha sido siempre el servicio que el dueño de la cantina da a sus parroquianos. Carreta del diablo o no, esta es una de las explicaciones más convincentes sobre ese vehículo que cruzaba por las noches las calles del barrio de San José. A muchos vecinos del barrio no les convencía esta explicación de las apariciones y aún les queda la duda de si “la carreta del diablo” existió o no. Añoranzas. José Francisco Vázquez Martínez.

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