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lunes, 6 de agosto de 2018

“Virgen de la Candelaria Ilumina mi camino” *Téxto: El Legendario Baldo. *Imagen: Dessy Llamas. Acabados los azores de la tortuosa guerra cristera, comienza a ocurrir en el país el resurgimiento de la devoción católica. En Colima así como en los estados más afectados, este fenómeno sucedió despacio y con precaución, sin olvidar las secuelas que dejó a su paso este cruento episodio. Lo colimotes levantan de nuevo las cruces y santiguan los espacios y templos para reafirmar nuevamente el derecho a sus creencias religiosas. Enclavados en el caluroso valle de Tecomán los feligreses de aquellos tiempos organizan convites y desfiles alusivos a sus santos, se reconstruyen y se retoman las tradiciones truncadas por el derroche insano de la sangre humana. Tecomán, Colima en la década de 1930 es apenas una población de poco menos de cinco mil habitantes, la inmensa mayoría nacieron ahí pero existen algunos pobladores que están de paso o son prófugos extraviados de dicho movimiento armado que encontraron paz en ese asoleado sendero. Rodeado aquel inhóspito pueblo de vegetación mediana, se adornan sus linderos con las flores blancas de las coliguanas, una que otra palmera y el color característico de los arbustos y arboledas correspondientes a una selva seca caducifolia. Entre los jacales de pajarete que ya tienen pinta urbana esta erguida la iglesia principal, se encuentra en el lugar más agradable de un gran solar que tiene algunas primaveras y otros árboles de la flora local; es apenas un salón amplio, cuadrado mas no se alcanza a distinguir a un kilómetro, parecido a una bodega funge como el lugar sacro, donde los devotos resguardan cruces, estantes e imágenes de adoración. La mayor reliquia que poseen sin duda es la imagen de la virgen de la candelaria. Un 2 de febrero de 1933 tiene sus recuerdos agazapados en el tiempo, como el vuelo fugaz de una aguililla viajamos en un segundo hasta el valle de Tecomán donde salen disparados de entre las arboledas cohetes chillantes que explotan durísimo estremeciendo el cielo. Más abajo, en las calles asoleadas murmuran los cánticos y rezos de un gentío bien organizado, salen de sus gargantas melancólicas tonadas dedicadas a la santísima virgen María. Los hombres van cargando el anda seguidos por las mujeres que cantan y rezan. A todos se les hunden sus pies campesinos en la arena marina que se dejaba ver en aquellas antiquísimas y amplias calles de Tecoman, sigue la procesión de la virgen por las orillas del pueblo, siguen sonando los cohetes y la música. Todos y cada uno van recordando tristes la melancolía sufrida en los años espinosos, la pesadilla del tiempo de los cristeros, algunas personas vuelven a sentir rencores de antaño, el sufrimiento se manifiesta en los que están ligados a familiares y amigos que fueron abatidos, recuerdan en sus adentros al gobierno opresor, la confusión que agobió a todos y se aferran con sus manos callosas al anda de Nuestra Señora de la Candelaria. Con fe y ánimos de reconciliación colectiva, le piden que los ayude en sus días y de paso que la luz de su santo candil borre para siempre las huellas duras de esos acontecimientos terribles. A la imagen le piden el perdón y ruegan por la concepción de una paz duradera. Todos los dolores se resumen en un cantar cuya melodía eleva a moral, sin embargo su letra es sin duda una declaración incendiaria: “ Tropas de María sigan la bandera no desmaye nadie, ¡vamos a la guerra!* Nuestra Capitana allá en Talpa espera tomen ya sus armas, vamos a la guerra* ª Tropas de María… Salir frete a frente cabos y oficiales soldados valientes, no desmaye nadie* Alarma soldados con mucha alegría vayan bien armados, siguiendo a María*. Vamos caminando y a Talpa llegando, a desagraviar a Jesús llorando* ª Tropas de María… Ya va el capitán en la cabecera toda la hermandad, sigan la bandera* ª Tropas de María… (ª) = Primer verso o Estribillo. (*)= Se repite. Llegó el anda a la iglesia y todo se convierte en un recuerdo lejano, en un pensamiento profundo y retirado; esos sonidos se apagan para siempre, esos cantares dejan de doler tanto y se convierten en parte de una tradición. Queda todo aquello enraizado en las bardas viejas de una ciudad cambiante, manifestándose ahora en la memoria perdidiza de sus ancianos. Todos ellos se desvanecen entre los días, todos dejaron a su manera la huella de su paso, sus palabras son la herencia del pasado. Esas pieles dejaron de sentir, de estar con nosotros, dejaron que el viento sintiera la nostalgia de su partida. Muchos descansan en el solar místico de “EL Panteón viejo” tras esas bardas desvencijadas curiosamente están sepultados bajo un blando arenal que colma el terreno. Solos se ven sus cruces y monumentos desmoronándose tristemente al ritmo del universo. Vine aquí y admiré un paisaje de recuerdos múltiples con tristes matices e interesantes escenas que hacen girar a la imaginación y la curiosidad a una velocidad apabullante. El viento peina la zona silenciosamente, mece suavemente una antigua primavera que aun arroja alegría por sus ramas. Avecillas y reptiles de mirada seria me observan detenidamente, soy un extraño a sus ojos, soy para ellos una forma fuera de lugar, yo solo les regreso esa triste mirada y sigo mi camino. Mis pisadas secas se escuchan fuertes y firmes. La palmera solitaria al centro, corta el aire produciendo una música extraña que reintegra una paz profusa. Me acerco a una lápida que me asombra profundamente, se puede leer: “Enedina Alcaráz López- Abril de 1858- 2 de febrero de 1937- Virgen de la Candelaria ilumina su camino”. Me quedo sin palabras. Es el medio día. Agoniza Enero y estoy en Tecoman. Se escuchan los cohetes a lo lejos anunciando misa. Vuelvo al presente y de aquellos años treinta solo quedan vestigios desperdigados en ese arenal. Abandono el triste cementerio que ha nutrido este escrito y pienso en aquellos que descansan aquí, imagino que encontraron la luz siguiendo a María, cargando el anda en un lugar del cielo, donde sus pies campesinos se hunden entre nubes blandas, donde no existe el dolor, donde los arboles dan frutos de redención. Quiero imaginar que fueron perdonados y aprendieron a perdonar en los días que les tocó vivir. Espero que en vida el viento se haya llevado sus pesares, que haya desmoronado como arena los malos recuerdos de una época durísima. Me despido contemplando este valle de cruces, esperando que los que ahí moran hayan comprendido que solo vine a recoger trozos de historia. Me llevo una imagen grata del pasado, una sensación de paz muy enervante. Sentado en la banca del jardín principal termino mi redacción. Pienso en los misterios de esos años que pasan como un fantasma, nadie los ve venir e irse pero se sienten, se desvanecen para siempre ante nuestros ojos, como nosotros mismos en su momento, como todo lo que nos rodea. Y pensando en esto estalla un cohete anunciando el presente, fijando la incertidumbre del futuro. Palabras del autor: Entre las personas que descansan de la aventura de esos lejanos tiempos se encuentra mi abuelo materno Esteban López Árcega (El Charro) (1912-1996) Tecomense de cuna y tumba. Le dedico este escrito a él y a todas esas generaciones de colimenses que ya no están entre nosotros, por su legado, por sus días de gloria y por el orgullo que sintieron cuando se labraban un futuro en esta tierra maravillosa que es Colima. Agradezco a Dios y a la virgen por mi abuela que aun vive quien me ha heredado parte de esos lindos recuerdos, anécdotas y relatos que ahora comparto con ustedes. Gracias a ti estimado lector y a página de Colima Antiguo. A la posteridad. Osvaldo Mendoza López (EL Legendario Baldo) Enero de 2013. Claudette. August 06, 2018 at 11:42AM


Colima Antiguo https://ift.tt/2vGFHO8 “Virgen de la Candelaria Ilumina mi camino” *Téxto: El Legendario Baldo. *Imagen: Dessy Llamas. Acabados los azores de la tortuosa guerra cristera, comienza a ocurrir en el país el resurgimiento de la devoción católica. En Colima así como en los estados más afectados, este fenómeno sucedió despacio y con precaución, sin olvidar las secuelas que dejó a su paso este cruento episodio. Lo colimotes levantan de nuevo las cruces y santiguan los espacios y templos para reafirmar nuevamente el derecho a sus creencias religiosas. Enclavados en el caluroso valle de Tecomán los feligreses de aquellos tiempos organizan convites y desfiles alusivos a sus santos, se reconstruyen y se retoman las tradiciones truncadas por el derroche insano de la sangre humana. Tecomán, Colima en la década de 1930 es apenas una población de poco menos de cinco mil habitantes, la inmensa mayoría nacieron ahí pero existen algunos pobladores que están de paso o son prófugos extraviados de dicho movimiento armado que encontraron paz en ese asoleado sendero. Rodeado aquel inhóspito pueblo de vegetación mediana, se adornan sus linderos con las flores blancas de las coliguanas, una que otra palmera y el color característico de los arbustos y arboledas correspondientes a una selva seca caducifolia. Entre los jacales de pajarete que ya tienen pinta urbana esta erguida la iglesia principal, se encuentra en el lugar más agradable de un gran solar que tiene algunas primaveras y otros árboles de la flora local; es apenas un salón amplio, cuadrado mas no se alcanza a distinguir a un kilómetro, parecido a una bodega funge como el lugar sacro, donde los devotos resguardan cruces, estantes e imágenes de adoración. La mayor reliquia que poseen sin duda es la imagen de la virgen de la candelaria. Un 2 de febrero de 1933 tiene sus recuerdos agazapados en el tiempo, como el vuelo fugaz de una aguililla viajamos en un segundo hasta el valle de Tecomán donde salen disparados de entre las arboledas cohetes chillantes que explotan durísimo estremeciendo el cielo. Más abajo, en las calles asoleadas murmuran los cánticos y rezos de un gentío bien organizado, salen de sus gargantas melancólicas tonadas dedicadas a la santísima virgen María. Los hombres van cargando el anda seguidos por las mujeres que cantan y rezan. A todos se les hunden sus pies campesinos en la arena marina que se dejaba ver en aquellas antiquísimas y amplias calles de Tecoman, sigue la procesión de la virgen por las orillas del pueblo, siguen sonando los cohetes y la música. Todos y cada uno van recordando tristes la melancolía sufrida en los años espinosos, la pesadilla del tiempo de los cristeros, algunas personas vuelven a sentir rencores de antaño, el sufrimiento se manifiesta en los que están ligados a familiares y amigos que fueron abatidos, recuerdan en sus adentros al gobierno opresor, la confusión que agobió a todos y se aferran con sus manos callosas al anda de Nuestra Señora de la Candelaria. Con fe y ánimos de reconciliación colectiva, le piden que los ayude en sus días y de paso que la luz de su santo candil borre para siempre las huellas duras de esos acontecimientos terribles. A la imagen le piden el perdón y ruegan por la concepción de una paz duradera. Todos los dolores se resumen en un cantar cuya melodía eleva a moral, sin embargo su letra es sin duda una declaración incendiaria: “ Tropas de María sigan la bandera no desmaye nadie, ¡vamos a la guerra!* Nuestra Capitana allá en Talpa espera tomen ya sus armas, vamos a la guerra* ª Tropas de María… Salir frete a frente cabos y oficiales soldados valientes, no desmaye nadie* Alarma soldados con mucha alegría vayan bien armados, siguiendo a María*. Vamos caminando y a Talpa llegando, a desagraviar a Jesús llorando* ª Tropas de María… Ya va el capitán en la cabecera toda la hermandad, sigan la bandera* ª Tropas de María… (ª) = Primer verso o Estribillo. (*)= Se repite. Llegó el anda a la iglesia y todo se convierte en un recuerdo lejano, en un pensamiento profundo y retirado; esos sonidos se apagan para siempre, esos cantares dejan de doler tanto y se convierten en parte de una tradición. Queda todo aquello enraizado en las bardas viejas de una ciudad cambiante, manifestándose ahora en la memoria perdidiza de sus ancianos. Todos ellos se desvanecen entre los días, todos dejaron a su manera la huella de su paso, sus palabras son la herencia del pasado. Esas pieles dejaron de sentir, de estar con nosotros, dejaron que el viento sintiera la nostalgia de su partida. Muchos descansan en el solar místico de “EL Panteón viejo” tras esas bardas desvencijadas curiosamente están sepultados bajo un blando arenal que colma el terreno. Solos se ven sus cruces y monumentos desmoronándose tristemente al ritmo del universo. Vine aquí y admiré un paisaje de recuerdos múltiples con tristes matices e interesantes escenas que hacen girar a la imaginación y la curiosidad a una velocidad apabullante. El viento peina la zona silenciosamente, mece suavemente una antigua primavera que aun arroja alegría por sus ramas. Avecillas y reptiles de mirada seria me observan detenidamente, soy un extraño a sus ojos, soy para ellos una forma fuera de lugar, yo solo les regreso esa triste mirada y sigo mi camino. Mis pisadas secas se escuchan fuertes y firmes. La palmera solitaria al centro, corta el aire produciendo una música extraña que reintegra una paz profusa. Me acerco a una lápida que me asombra profundamente, se puede leer: “Enedina Alcaráz López- Abril de 1858- 2 de febrero de 1937- Virgen de la Candelaria ilumina su camino”. Me quedo sin palabras. Es el medio día. Agoniza Enero y estoy en Tecoman. Se escuchan los cohetes a lo lejos anunciando misa. Vuelvo al presente y de aquellos años treinta solo quedan vestigios desperdigados en ese arenal. Abandono el triste cementerio que ha nutrido este escrito y pienso en aquellos que descansan aquí, imagino que encontraron la luz siguiendo a María, cargando el anda en un lugar del cielo, donde sus pies campesinos se hunden entre nubes blandas, donde no existe el dolor, donde los arboles dan frutos de redención. Quiero imaginar que fueron perdonados y aprendieron a perdonar en los días que les tocó vivir. Espero que en vida el viento se haya llevado sus pesares, que haya desmoronado como arena los malos recuerdos de una época durísima. Me despido contemplando este valle de cruces, esperando que los que ahí moran hayan comprendido que solo vine a recoger trozos de historia. Me llevo una imagen grata del pasado, una sensación de paz muy enervante. Sentado en la banca del jardín principal termino mi redacción. Pienso en los misterios de esos años que pasan como un fantasma, nadie los ve venir e irse pero se sienten, se desvanecen para siempre ante nuestros ojos, como nosotros mismos en su momento, como todo lo que nos rodea. Y pensando en esto estalla un cohete anunciando el presente, fijando la incertidumbre del futuro. Palabras del autor: Entre las personas que descansan de la aventura de esos lejanos tiempos se encuentra mi abuelo materno Esteban López Árcega (El Charro) (1912-1996) Tecomense de cuna y tumba. Le dedico este escrito a él y a todas esas generaciones de colimenses que ya no están entre nosotros, por su legado, por sus días de gloria y por el orgullo que sintieron cuando se labraban un futuro en esta tierra maravillosa que es Colima. Agradezco a Dios y a la virgen por mi abuela que aun vive quien me ha heredado parte de esos lindos recuerdos, anécdotas y relatos que ahora comparto con ustedes. Gracias a ti estimado lector y a página de Colima Antiguo. A la posteridad. Osvaldo Mendoza López (EL Legendario Baldo) Enero de 2013. Claudette.

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