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martes, 11 de septiembre de 2018

DE LOS APUNTES DEL CRONISTA * Un caso de racismo en el viejo Manzanillo Por Horacio Archundia, Cronista Municipal y de la Ciudad de Manzanillo Hace muchos, muchísimos años, vivió en Manzanillo un hombre laborioso, digno, caballeroso y honesto, que se llamó Guillermo Sosa Zárate. Parece que era oriundo de Acapulco, y desde su llegada a nuestro puerto destacó por su probidad y su decencia, haciendo bien pronto amigos en todos los círculos sociales. Era, según presumimos, contador público o, como se decía entonces, tenedor de libros. Ignoramos en realidad cuál haya sido su profesión, que al caso es lo que menos importa para recordar a un personaje que supo ganarse el aprecio y el respeto de los manzanillenses. El señor Sosa Zárate era un tipo intensamente moreno, lo que revelaba su procedencia racial. Y en aquel Manzanillo de ayer, descollaba por su imagen de hombre limpio, perfectamente aseado, impecablemente vestido y con un porte y una distinción envidiables. De buen gusto, de mejor vestir, destacaba entre los varones de la mejor sociedad de Manzanillo. Su vida profesional, de hecho, lo situaba como uno de los jefes de familia mejor acomodados de la ciudad. Era gerente de una de las empresas navieras más importantes: Agencias Marítimas del Pacífico, y, por su calidad de políglota, desempeñaba los cargos de vicecónsul de Dinamarca y Noruega y fue cónsul de varias repúblicas centroamericanas. La empresa que dirigía se hallaba en los números 13 y 15 de la Calle Morelos, a un lado de lo que sigue siendo el Pasaje Oscarana. Era casado con una hermosísima mujer, Doña Margarita, - cuyos apellidos hemos olvidado, primero porque esto que contamos lo reproducimos de “oídas”, puesto que no los conocimos, y luego porque se han perdido en la inmensidad del tiempo-, dama elegante, blanca, bellísima, que tocaba el piano virtuosamente y paseaba su encomiable belleza por las calles del puerto todas las tardes, acompañada de sus hijas, Silva y Margarita. Tenían además un hijo llamado Guillermo, como el papá. Pues bien, este señor que brillaba en lo más selecto de la sociedad manzanillense, que disfrutaba el afecto y las consideraciones de los habitantes de la ciudad y de las autoridades de todos los niveles, fue víctima de una vergonzosa infamia racista en una ocasión. Acontece que, en virtud de su cargo como gerente de la compañía mencionada, se vio impelido a atender un buque inglés, lo que hizo acompañado de varios empleados y naturalmente, según se estilaba en esa época, del agente sanitario, es decir, de un médico que debía dar paso a tierra a la tripulación del barco, una vez constatado que no eran un riesgo de salud. El doctor que le acompañaba entonces era ni más ni menos que el director del centro de salud o jefe de sanidad, Miguel Topete Martínez. Y acontece que al arribar a la embarcación el capitán de la misma, un inglés destemplado, recibió en la cubierta a las personas que encabezaba el señor Sosa, pero al momento de saludar a todos, dejó con la mano tendida al señor Sosa Zárate haciendo un gesto de repugnancia, en clara actitud racista, provocando desde luego la sorpresa y el malestar en los presentes. El señor Sosa, caballero como era, mostró un aplomo admirable y se concretó a inclinar la cabeza en señal de saludo, en tanto el inglés de mierda seguía saludando al resto de los manzanillenses. Y, como pocas veces sucede, se suscitó un hecho que, de haberse conocido en Inglaterra, habría provocado un conflicto diplomático. Resulta que el Doctor Topete, bajó a toda prisa del barco, negándose a otorgar la orden de desembarco y mostrándose enérgico con el capitán del mismo, impidiéndoles entrar en la ciudad. El asunto se resolvió de una manera que todavía ennoblece más al señor Sosa, víctima del racismo del hijoeputa inglés: fue él mismo a pedir al Doctor Topete la liberación sanitaria de la tripulación a fin de que los marinos pudieran entrar al puerto y proveerse de lo que desearan. Ignoramos si el nobilísimo gesto de Don Guillermo Sosa Zárate fue agradecido por el racista repugnante que lo menospreció, pero viven aún algunos testigos del hecho. Nos vino a la mente este relato que hemos escuchado a varios manzanillenses del ayer, porque hace unos días nos compartieron un hermoso video, en el que, en un avión, una despreciable anciana blanca, se niega a viajar con un joven negro en el mismo asiento, quejándose con una azafata a la que pide un lugar en primera clase porque no soporta llevar de compañero de viaje al joven de piel oscura. A los pocos minutos, la aeromoza le da la lección de su vida: se acerca al asiento y dirigiéndose a ella le dice que el capitán le manda decir que han conseguido un espacio en primera y que siempre será mejor viajar lejos de gente despreciable, pero cuando la vieja intenta levantarse, la empleada se dirige al joven y le dice: “¿me acompaña señor? Y se lo lleva a un sitio de primera clase dejando a la racista con el hocico abierto. Magnífica lección. Acompaño este texto de homenaje con una fotografía suya que conservamos. September 11, 2018 at 12:50AM


Colima Antiguo https://ift.tt/2N70dTy DE LOS APUNTES DEL CRONISTA * Un caso de racismo en el viejo Manzanillo Por Horacio Archundia, Cronista Municipal y de la Ciudad de Manzanillo Hace muchos, muchísimos años, vivió en Manzanillo un hombre laborioso, digno, caballeroso y honesto, que se llamó Guillermo Sosa Zárate. Parece que era oriundo de Acapulco, y desde su llegada a nuestro puerto destacó por su probidad y su decencia, haciendo bien pronto amigos en todos los círculos sociales. Era, según presumimos, contador público o, como se decía entonces, tenedor de libros. Ignoramos en realidad cuál haya sido su profesión, que al caso es lo que menos importa para recordar a un personaje que supo ganarse el aprecio y el respeto de los manzanillenses. El señor Sosa Zárate era un tipo intensamente moreno, lo que revelaba su procedencia racial. Y en aquel Manzanillo de ayer, descollaba por su imagen de hombre limpio, perfectamente aseado, impecablemente vestido y con un porte y una distinción envidiables. De buen gusto, de mejor vestir, destacaba entre los varones de la mejor sociedad de Manzanillo. Su vida profesional, de hecho, lo situaba como uno de los jefes de familia mejor acomodados de la ciudad. Era gerente de una de las empresas navieras más importantes: Agencias Marítimas del Pacífico, y, por su calidad de políglota, desempeñaba los cargos de vicecónsul de Dinamarca y Noruega y fue cónsul de varias repúblicas centroamericanas. La empresa que dirigía se hallaba en los números 13 y 15 de la Calle Morelos, a un lado de lo que sigue siendo el Pasaje Oscarana. Era casado con una hermosísima mujer, Doña Margarita, - cuyos apellidos hemos olvidado, primero porque esto que contamos lo reproducimos de “oídas”, puesto que no los conocimos, y luego porque se han perdido en la inmensidad del tiempo-, dama elegante, blanca, bellísima, que tocaba el piano virtuosamente y paseaba su encomiable belleza por las calles del puerto todas las tardes, acompañada de sus hijas, Silva y Margarita. Tenían además un hijo llamado Guillermo, como el papá. Pues bien, este señor que brillaba en lo más selecto de la sociedad manzanillense, que disfrutaba el afecto y las consideraciones de los habitantes de la ciudad y de las autoridades de todos los niveles, fue víctima de una vergonzosa infamia racista en una ocasión. Acontece que, en virtud de su cargo como gerente de la compañía mencionada, se vio impelido a atender un buque inglés, lo que hizo acompañado de varios empleados y naturalmente, según se estilaba en esa época, del agente sanitario, es decir, de un médico que debía dar paso a tierra a la tripulación del barco, una vez constatado que no eran un riesgo de salud. El doctor que le acompañaba entonces era ni más ni menos que el director del centro de salud o jefe de sanidad, Miguel Topete Martínez. Y acontece que al arribar a la embarcación el capitán de la misma, un inglés destemplado, recibió en la cubierta a las personas que encabezaba el señor Sosa, pero al momento de saludar a todos, dejó con la mano tendida al señor Sosa Zárate haciendo un gesto de repugnancia, en clara actitud racista, provocando desde luego la sorpresa y el malestar en los presentes. El señor Sosa, caballero como era, mostró un aplomo admirable y se concretó a inclinar la cabeza en señal de saludo, en tanto el inglés de mierda seguía saludando al resto de los manzanillenses. Y, como pocas veces sucede, se suscitó un hecho que, de haberse conocido en Inglaterra, habría provocado un conflicto diplomático. Resulta que el Doctor Topete, bajó a toda prisa del barco, negándose a otorgar la orden de desembarco y mostrándose enérgico con el capitán del mismo, impidiéndoles entrar en la ciudad. El asunto se resolvió de una manera que todavía ennoblece más al señor Sosa, víctima del racismo del hijoeputa inglés: fue él mismo a pedir al Doctor Topete la liberación sanitaria de la tripulación a fin de que los marinos pudieran entrar al puerto y proveerse de lo que desearan. Ignoramos si el nobilísimo gesto de Don Guillermo Sosa Zárate fue agradecido por el racista repugnante que lo menospreció, pero viven aún algunos testigos del hecho. Nos vino a la mente este relato que hemos escuchado a varios manzanillenses del ayer, porque hace unos días nos compartieron un hermoso video, en el que, en un avión, una despreciable anciana blanca, se niega a viajar con un joven negro en el mismo asiento, quejándose con una azafata a la que pide un lugar en primera clase porque no soporta llevar de compañero de viaje al joven de piel oscura. A los pocos minutos, la aeromoza le da la lección de su vida: se acerca al asiento y dirigiéndose a ella le dice que el capitán le manda decir que han conseguido un espacio en primera y que siempre será mejor viajar lejos de gente despreciable, pero cuando la vieja intenta levantarse, la empleada se dirige al joven y le dice: “¿me acompaña señor? Y se lo lleva a un sitio de primera clase dejando a la racista con el hocico abierto. Magnífica lección. Acompaño este texto de homenaje con una fotografía suya que conservamos.

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