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miércoles, 17 de mayo de 2017

El caótico inicio del Estado de Colima

Por Jaime Obispo

La época moderna de Colima inició con un asesinato. Un magnicidio. El recién electo primer gobernador, Gral. Manuel Álvarez Zamora, cayó herido de muerte por una bala promovida por ideas medievales. Bala que salió de un arma vetusta, fabricada probablemente en el siglo anterior. Es decir, algo que fue manufacturado en el siglo XVIII irrumpió bruscamente en las aspiraciones colimenses del XIX.



Aunque la historia centro-europea ubica temporalmente el fin de la Edad Media en el descubrimiento de América, para México, y particularmente para Colima, el viejo orden mundial continuó imperando. El anacrónico poder de Roma (la iglesia católica) tomaba las decisiones importantes sobre las vidas y territorios locales. Lejos de todas partes, Colima era uno de esos territorios rezagados siglos enteros del resto del mundo.

La idea de un Estado tuvo que ser concretada por la fuerza, mediante una guerra caótica. Como toda revolución — en este caso contra el poder de la iglesia — , el México moderno fue apuntalado en el seno de una época violenta, prácticamente de una guerra generalizada que duró medio siglo.

Por aquel tiempo, el continuo festín de la muerte se asentó a sangre y fuego en el territorio mexicano, donde parecía que habría de consolidarse una gran nación o un gigantesco cementerio.

Muchos años después, la Revolución Cubana sintetizaría esta idea trágica del amor a la soberanía en su proclama rebelde: Patria o muerte. El heroísmo mexicano devino el rasgo culminante de una muerte hermosa, el sacrificio supremo que busca el bien colectivo.

Sacrificar la vida, pues, fue el máximo desiderátum. Los primeros gobernadores de Colima asumían el cargo jurando gustosos, henchidos de falsa o verdadera solemnidad, estar dispuestos a morir para consolidar el Estado de Colima. El asesinato del general Álvarez forjó el símbolo del mártir perfecto.

La Constitución de 1857 fue el primer documento que dispone otorgarle a Colima la soberanía. Anteriormente, nuestros padres de la patria no vieron potencial sincrónico en los habitantes del sur del volcán occidental, éramos muy pocos, un población tan pequeña y no tan rica que no mereció autorregularse.

Curioso asunto este, el de la soberanía. Mientras Colima perteneció a Michoacán o a Jalisco en el México independiente, la pequeña clase privilegiada local sufría el desdén de las otras élites. Ello representaba obviamente un retroceso enorme comparado con los tiempos de la Colonia, cuando la clase alta colimense podría darse el lujo de comprar los cargos políticos y dominar no solo el comercio, también la justicia, la recaudación de impuestos y las decisiones sobre el territorio y sus gentes, con previo aval de su majestad y de la iglesia, claro.

La Constitución de 1857 se produce, entonces, con el objetivo de acotar el poder de la Iglesia Católica. Proclama que ningún poder puede estar encima del Estado y por tanto aquel alejado punto de la geografía mexicana llamado Colima debe erigir el suyo para recuperar la administración de la vida pública.

Sin embargo la erección de los poderes del Estado de Colima no fue aceptada por unanimidad. El catolicismo poseía un tremendo poder ideológico, así que Colima nació jurídicamente problemática, al grado de desatar una guerra civil.

Habitamos una entidad que inició a contracorrientes, en medio de una terrible furia. El clero y algunos militares se encargaron de negar las nuevas leyes y las máximas concreciones de su oposición fueron: primero tomar con violencia el centro de Colima y asesinar inmediatamente después al primer gobernador.

Para sobrevivir, la nueva entidad federativa tuvo que ser ocupada en su primera magistratura por militares. Los gobernadores diseñaron las primeras instituciones al tiempo que tomaban las armas para salir a combatir a los conservadores. No parece coincidencia el hecho de que en la actualidad la sede del poder legislativo esté frente a la zona militar.

El libro de Manuel Godina Velasco que dio pie a este escrito trata de exponer en síntesis los distintos periodos del poder y sus protagonistas. Al juntarse en tan poco espacio siglos completos de historia el efecto abigarrado de tantos eventos álgidos pueden imprimir en el lector la idea de un Colima asaz turbulento. Pero no, el caos llegó a nuestro estado como reventazón de ola desde la capital de México, revolcando a la cúpula y obligando también a la reestructuración del poder.