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viernes, 11 de agosto de 2017

El día que enterraron al Diablo “Tu nunca te vas a morir” –le dijo un día Alberto Isaac a Paco Zaragoza. “Algún día dejarás este mundo, pero aquí quedarás vivo con tus carcachas, tu Hacienda del Carmen y tu filosofía”. Yo agregaré algo más: “Quedará también grabado en todos los colimotes su profundo amor a esta tierra, y las anécdotas simpáticas llenas de provincialismo y colorido que siempre han llenado su vida”. Paco ama a su prójimo y también a los animales. Tuvo hace más de 30 años un hermoso perro pastor alemán. Me presume Paco que era un animal muy inteligente, por lo que él tenía un especial cariño. En el año de 1945 Paco trabajaba de chofer en la Funeraria “Magaña”. Don Ramón –propietario del negocio- le pagaba dos pesos por cada cuerpo llevado al panteón, cuota que era el doble de la pagada normalmente, ya que nuestro amigo era chofer y mecánico. Siempre tenía en óptimas condiciones aquella vieja carroza de madera marca Willys Nash modelo 1915, que Paco hacía caminar gracias a sus conocimientos en el negocio de los fierros. El perro se llamaba “Diablo”. Valiente y belicoso atravesaba casi a diario la calle Revolución para ir a jugar o pelear con los perros callejeros que abundaban en el Jardín Núñez. Una mañana, el entonces joven mecánico estaba arreglando un generador, cuando “Diablo” salió veloz rumbo a su lugar de juegos. Y la tragedia se presentó: Un camión que circulaba de norte a sur, no pudo detenerse ante la intempestiva carrera del animal, y le pasó una rueda delantera por su lustrosa panza. Paco abrazó a su animal, que aún vivo le dirigió una mirada profunda, cariñosa de despedida y murió en sus brazos. El mecánico le lloró a su perro. Fue como su patrón don Ramón Magaña y le pidió que le vendiera una caja económica para enterrar a su amigo. Don Ramón se la regaló y le dijo: “Llévatelo en la carroza, el animal se lo merece”. Sus ayudantes se fueron al campo y cortaron una enorme cantidad de flores silvestres, y con un par de ramos hicieron una tosca cruz. Paco inspirado escribió el siguiente epitafio: Aquí está el diablo enterrado no murió del corazón pobre murió atropellado lo mató rudo camión A las cinco de la tarde de ese día, partió el cortejo fúnebre rumbo al Panteón Municipal. Al frente, iba nuestro amigo en la carroza con el cuerpo del animal. Detrás, dos carcachas propiedad de Paco, manejadas por sus empleados, quienes ya habían comprado unas botellas de tequila para darle sabor al entierro. A medida que recorrían las calles, las gentes, viendo que al conductor se le rodaban las lágrimas preguntaban: “¿Quién se le murió a Paco?” “Su perro” – respondían los mecánicos –chupándole un poco a la botella. La concurrencia se fue haciendo más grande. Cuando llegaron al Salatón de Juárez, diez automóviles componían aquella extraña comitiva. Don Miguel Huerta, delgado y serio, estaba en la entrada del panteón. Al llegar el cortejo pidió la boleto a Paco. “No traigo –contestó-, se trata de mi perro “Diablo”, quiero enterrarlo”. “¡Qué perro ni que ocho cuartos –rugió don Miguel-, se me largan de aquí inmediatamente!” Los miembros de tan folclórico entierro, que ya contaban con esta reacción de parte del señor administrador, iban preparados con palas y picos, así que tomaron el entonces polvoriento camino a “El Trapiche”. Aproximadamente a unos cinco kilómetros de la ciudad se detuvo la comitiva. Con la formalidad que el caso requería, comenzaron lentamente a cavar el hoyo, bajo la fresca parota. Antes de bajar el ataúd, hubo algunos discursos elogiando las cualidades del perro. Bajó éste a su última morada, entre lágrimas de Paco y sorbos de tequila de la honorable concurrencia. Y cuentan por ahí, que cuando comenzaba a oscurecer y los vecinos del lugar se veían forzados a pasar por la tumba, se santiguaban y apresuraban los pasos, porque allí, balo una tosca cruz, “estaba enterrado el Diablo” Luces de mi Ciudad, Relatos. Hilario Cárdenas Jiménez. 1984. August 11, 2017 at 11:27AM


Colima Antiguo http://ift.tt/2vu0nbq El día que enterraron al Diablo “Tu nunca te vas a morir” –le dijo un día Alberto Isaac a Paco Zaragoza. “Algún día dejarás este mundo, pero aquí quedarás vivo con tus carcachas, tu Hacienda del Carmen y tu filosofía”. Yo agregaré algo más: “Quedará también grabado en todos los colimotes su profundo amor a esta tierra, y las anécdotas simpáticas llenas de provincialismo y colorido que siempre han llenado su vida”. Paco ama a su prójimo y también a los animales. Tuvo hace más de 30 años un hermoso perro pastor alemán. Me presume Paco que era un animal muy inteligente, por lo que él tenía un especial cariño. En el año de 1945 Paco trabajaba de chofer en la Funeraria “Magaña”. Don Ramón –propietario del negocio- le pagaba dos pesos por cada cuerpo llevado al panteón, cuota que era el doble de la pagada normalmente, ya que nuestro amigo era chofer y mecánico. Siempre tenía en óptimas condiciones aquella vieja carroza de madera marca Willys Nash modelo 1915, que Paco hacía caminar gracias a sus conocimientos en el negocio de los fierros. El perro se llamaba “Diablo”. Valiente y belicoso atravesaba casi a diario la calle Revolución para ir a jugar o pelear con los perros callejeros que abundaban en el Jardín Núñez. Una mañana, el entonces joven mecánico estaba arreglando un generador, cuando “Diablo” salió veloz rumbo a su lugar de juegos. Y la tragedia se presentó: Un camión que circulaba de norte a sur, no pudo detenerse ante la intempestiva carrera del animal, y le pasó una rueda delantera por su lustrosa panza. Paco abrazó a su animal, que aún vivo le dirigió una mirada profunda, cariñosa de despedida y murió en sus brazos. El mecánico le lloró a su perro. Fue como su patrón don Ramón Magaña y le pidió que le vendiera una caja económica para enterrar a su amigo. Don Ramón se la regaló y le dijo: “Llévatelo en la carroza, el animal se lo merece”. Sus ayudantes se fueron al campo y cortaron una enorme cantidad de flores silvestres, y con un par de ramos hicieron una tosca cruz. Paco inspirado escribió el siguiente epitafio: Aquí está el diablo enterrado no murió del corazón pobre murió atropellado lo mató rudo camión A las cinco de la tarde de ese día, partió el cortejo fúnebre rumbo al Panteón Municipal. Al frente, iba nuestro amigo en la carroza con el cuerpo del animal. Detrás, dos carcachas propiedad de Paco, manejadas por sus empleados, quienes ya habían comprado unas botellas de tequila para darle sabor al entierro. A medida que recorrían las calles, las gentes, viendo que al conductor se le rodaban las lágrimas preguntaban: “¿Quién se le murió a Paco?” “Su perro” – respondían los mecánicos –chupándole un poco a la botella. La concurrencia se fue haciendo más grande. Cuando llegaron al Salatón de Juárez, diez automóviles componían aquella extraña comitiva. Don Miguel Huerta, delgado y serio, estaba en la entrada del panteón. Al llegar el cortejo pidió la boleto a Paco. “No traigo –contestó-, se trata de mi perro “Diablo”, quiero enterrarlo”. “¡Qué perro ni que ocho cuartos –rugió don Miguel-, se me largan de aquí inmediatamente!” Los miembros de tan folclórico entierro, que ya contaban con esta reacción de parte del señor administrador, iban preparados con palas y picos, así que tomaron el entonces polvoriento camino a “El Trapiche”. Aproximadamente a unos cinco kilómetros de la ciudad se detuvo la comitiva. Con la formalidad que el caso requería, comenzaron lentamente a cavar el hoyo, bajo la fresca parota. Antes de bajar el ataúd, hubo algunos discursos elogiando las cualidades del perro. Bajó éste a su última morada, entre lágrimas de Paco y sorbos de tequila de la honorable concurrencia. Y cuentan por ahí, que cuando comenzaba a oscurecer y los vecinos del lugar se veían forzados a pasar por la tumba, se santiguaban y apresuraban los pasos, porque allí, balo una tosca cruz, “estaba enterrado el Diablo” Luces de mi Ciudad, Relatos. Hilario Cárdenas Jiménez. 1984.

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