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viernes, 18 de agosto de 2017

LOS DINEROS ENTERRADOS Don Marcos García, como todo hombre sin ilustración libresca, resultante a veces de no saber leer ni escribir –aunque los hay que sabiendo carecen de la mínima información impresa que los alínea o los iguala a los analfabetos por falta de práctica- creía en los augurios de las gitanas, en las hechicerías, en los embrujos populares y en los fantasmas que deambulan por las quietas y solitarias noches. El trabajo y el ahorro lo habían hecho ricachón pero creía y tenía fe en la suerte, la cual en muchas de sus locuras dadivosas podía traerle una fortuna no ganada con el esfuerzo. En aquellos tiempos, jugar a la lotería ni se pensaba. En Coquimatlán no se conocía un billete de la que ya existía en la Ciudad de México, y cuyos sorteos mensuales apenas alcanzaban la suma de 60 mil pesos. La fortuna enriquecedora asumía, para los que sueñan volverse ricos de la noche a la mañana, la única forma posible: dar con un dinero enterrado. ¡Oh, cuántos falsos entierros de dinero han causado a sus buscadores desgracias morales y mentales irremediables! Un día al terminar por la tarde mis labores escolares, me mandó llamar de la Presidencia don Marcos. Llegué ante él, temeroso de encontrar alguna queja contra mí. Siéntese, profesor. El guardaba su habitual postura al sentarse: un pie arriba de la banca. Su actitud, un tanto misteriosa y recelosa, me desconcertó un poco. Unicamente estábamos los dos. -Quiero que me lea esta carta y como los hombres, que guarde el secreto. Tomé la carta. El sobre estaba abierto. La franqueaban timbres de correo españoles. La misiva ciertamente era dirigida a él y su contenido, el mismo de otras cartas leídas por mí y que en Colima habían recibido muchas otras personas. La llamaremos la “cartatimo” del dinero enterrado. Sus, o su autor, relataba que un sujeto “X” de origen español a veces francés, había vivido en aquel lugar hacía muchos años, amasado una gran fortuna que convirtió en onzas de oro, pesos de plata y alhajas valiosas, mas temiendo que los bandidos o los alzados en armas de los continuos pronunciamientos de aquellos tiempos se la robasen, decidió enterrarla en determinado lugar que figuraba en el planito que le mandaban y al efecto, el planito estaba allí. Era éste, un esbozo de una pequeña población de calles trazadas y terrenos adyacentes. Que el sujeto “X” no considerándose seguro de su persona huyó un buen día yéndose a España, sin poder traer consigo tal fortuna, dejándola enterrada y únicamente él podía señalar el sitio donde estaba. Proponían a don Marcos señalar con toda reserva el lugar exacto del entierro, pero a condición que antes enviara a la dirección que le daban, 500 pesetas en un cheque de banco o casa comercial. Le explicaban que a nadie comunicase tal negocio, pues él sería el primero en perjudicarse por su indiscreción. -Bueno, don Marcos, le dije: Esta carta no es sino un modo de timar ya bien conocido. En España se halla el cuartel de los pillos, que de este modo estafan a los crédulos de la América de habla española. Explotan su ingenua ignorancia y su ambición de volverse ricos sin trabajar. -¿Y quién les dio mi nombre? -No solamente el de usted, el de otros muchos presidentes municipales los averiguan por distintos medios. Es toda una cadena de sinvergüenzas. Don Marcos hacía muchos días que había recibido la carta y desde que llegó a sus manos, cavilaba y la enseñaba para saber lo que decía o la ocultaba. Habíala abierto. Mirado uno y otro lado y sin poder descifrarla, acababa por doblarla y meterla en el sobre, según me contó. Mi explicación no le satisfizo completamente, pero fue un gran alivio el que sintió su mente atribulada. *Remembranzas de Colima 1895-1901, Manuel Velázquez Andrade. August 19, 2017 at 12:31AM


Colima Antiguo http://ift.tt/2fUw89T LOS DINEROS ENTERRADOS Don Marcos García, como todo hombre sin ilustración libresca, resultante a veces de no saber leer ni escribir –aunque los hay que sabiendo carecen de la mínima información impresa que los alínea o los iguala a los analfabetos por falta de práctica- creía en los augurios de las gitanas, en las hechicerías, en los embrujos populares y en los fantasmas que deambulan por las quietas y solitarias noches. El trabajo y el ahorro lo habían hecho ricachón pero creía y tenía fe en la suerte, la cual en muchas de sus locuras dadivosas podía traerle una fortuna no ganada con el esfuerzo. En aquellos tiempos, jugar a la lotería ni se pensaba. En Coquimatlán no se conocía un billete de la que ya existía en la Ciudad de México, y cuyos sorteos mensuales apenas alcanzaban la suma de 60 mil pesos. La fortuna enriquecedora asumía, para los que sueñan volverse ricos de la noche a la mañana, la única forma posible: dar con un dinero enterrado. ¡Oh, cuántos falsos entierros de dinero han causado a sus buscadores desgracias morales y mentales irremediables! Un día al terminar por la tarde mis labores escolares, me mandó llamar de la Presidencia don Marcos. Llegué ante él, temeroso de encontrar alguna queja contra mí. Siéntese, profesor. El guardaba su habitual postura al sentarse: un pie arriba de la banca. Su actitud, un tanto misteriosa y recelosa, me desconcertó un poco. Unicamente estábamos los dos. -Quiero que me lea esta carta y como los hombres, que guarde el secreto. Tomé la carta. El sobre estaba abierto. La franqueaban timbres de correo españoles. La misiva ciertamente era dirigida a él y su contenido, el mismo de otras cartas leídas por mí y que en Colima habían recibido muchas otras personas. La llamaremos la “cartatimo” del dinero enterrado. Sus, o su autor, relataba que un sujeto “X” de origen español a veces francés, había vivido en aquel lugar hacía muchos años, amasado una gran fortuna que convirtió en onzas de oro, pesos de plata y alhajas valiosas, mas temiendo que los bandidos o los alzados en armas de los continuos pronunciamientos de aquellos tiempos se la robasen, decidió enterrarla en determinado lugar que figuraba en el planito que le mandaban y al efecto, el planito estaba allí. Era éste, un esbozo de una pequeña población de calles trazadas y terrenos adyacentes. Que el sujeto “X” no considerándose seguro de su persona huyó un buen día yéndose a España, sin poder traer consigo tal fortuna, dejándola enterrada y únicamente él podía señalar el sitio donde estaba. Proponían a don Marcos señalar con toda reserva el lugar exacto del entierro, pero a condición que antes enviara a la dirección que le daban, 500 pesetas en un cheque de banco o casa comercial. Le explicaban que a nadie comunicase tal negocio, pues él sería el primero en perjudicarse por su indiscreción. -Bueno, don Marcos, le dije: Esta carta no es sino un modo de timar ya bien conocido. En España se halla el cuartel de los pillos, que de este modo estafan a los crédulos de la América de habla española. Explotan su ingenua ignorancia y su ambición de volverse ricos sin trabajar. -¿Y quién les dio mi nombre? -No solamente el de usted, el de otros muchos presidentes municipales los averiguan por distintos medios. Es toda una cadena de sinvergüenzas. Don Marcos hacía muchos días que había recibido la carta y desde que llegó a sus manos, cavilaba y la enseñaba para saber lo que decía o la ocultaba. Habíala abierto. Mirado uno y otro lado y sin poder descifrarla, acababa por doblarla y meterla en el sobre, según me contó. Mi explicación no le satisfizo completamente, pero fue un gran alivio el que sintió su mente atribulada. *Remembranzas de Colima 1895-1901, Manuel Velázquez Andrade.

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