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jueves, 1 de marzo de 2018

“No debe prohibirse el arte ni el pseudoarte”: Vargas Llosa



Cuando Mario Vargas Llosa vivía en Londres gobernaba Margaret Thatcher. Él, que llegaba con una maleta rasgada de sueños izquierdistas desde América Latina, se fue pasando al liberalismo. De la líder tory pensaba que cumplía como una excelente primera ministra británica en la patria de Adam Smith. Lo que no sospechaba era que también se convertiría en su prescriptora literaria. “Fue gracias a ella que leí La sociedad abierta, de Karl Popper, y aquel libro cambió mi vida”. 

En parte eso es lo que cuenta el Nobel hispano peruano en La llamada de la tribu (Alfaguara). El relato, la confesión de un viaje ideológico. O más bien doctrinario. Porque Vargas Llosa defiende que el liberalismo para él representa una doctrina. Andaba perdido. Los desencantos de la revolución cubana lo fueron expulsando poco a poco de una izquierda en la que militó desde sus años de estudiante en la Universidad de San Marcos. “No quise ir a la Católica, que era de niños bien. Elegí la San Marcos porque pensé que allí encontraría comunistas”. Y los halló. “Cómo éramos en Perú. Pocos y sectarios”. 

Después apareció aquel deslumbramiento con los barbudos de Sierra Maestra en Cuba. Recuperó la vista con varias cosas. Los campos de internamiento para opositores, homosexuales y presos comunes. A eso se unió el caso Padilla: “Un poeta que fue viceministro de comercio al que de pronto le acusaron de ser agente de la CIA”. Cayó del burro. “Abandonar aquella ideología fue como colgar los hábitos. Me pasó como a esos curas que de repente abandonan la iglesia, pasan a la vida de seglar y tienen que afrontar toda esa incertidumbre del mundo”. 

En pleno fogueo de las dudas, le dio por leer a autores que había descartado de su biblioteca por culpa del dogma anterior. Entre ellos estos siete que conforman La llamada de la tribu: Smith, Ortega y Gasset, Hayek, Karl Popper, Raymond Aaron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. De todos ellos, le atraen sus diferencias. “El liberalismo es una doctrina con algunas ideas básicas sobre las que luego hay multitud de matices y diferencias. Lo que en otros llegaría a ser irreconciliable, en ellos funciona porque uno de los conceptos básicos es la tolerancia”. 

Del encantamiento izquierdista al encaje liberal, Vargas Llosa fue descubriendo las cualidades de la democracia como base del progreso. Una democracia hoy amenazada por quienes desde el populismo se tildan de liberales, como Donald Trump, los impulsores del Brexit o Berlusconi: “¡Trump no es un liberal! ¡Cómo se le ocurre, por Dios! ¡Un tipo que quiere levantar un muro!”. 

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