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jueves, 5 de julio de 2018

La misma ciudad en tres actos y medio. Un provinciano en la ciudad, por Fer Montes de Oca.



Esta semana cumplí 10 meses en la Ciudad de México. Más de 300 días en la ciudad donde todo pasa: desde manifestaciones, hasta salir de fiesta un viernes por la noche y terminar cenando pozole a las 5 de la mañana. “¿Cómo te está yendo?”, preguntó mi mamá hace dos días. En ese intercambio de mensajes nos dimos cuenta que el tiempo ha pasado bastante rápido, pero no he logrado decifrar si es porque la estoy pasando bien, o solo porque aquí todo va más veloz. Y aunque ya había visitado la Ciudad antes, nunca me había sentido como ahora.

Acto 1 | La vez que salimos corriendo de un bar de Coyoacán porque “nos habían cobrado de más”.

La primera vez que pisé la Ciudad fue en 2011, mi amigo Roberto me había invitado a pasar semana santa con su familia. Teníamos 20 años, estábamos a dos semestres de terminar la carrera. Yo trabajaba en una agencia de publicidad en la que ganaba menos de 4 mil pesos al mes. Con este contexto, puedo decirles firmemente que fue un viaje turístico limitado. Roberto me presentó a sus amigos Erik, Joscelyn y Lorelei, mismos que me invitaron a las Pirámides de Teotihuacán. 




Mi primera visita a las Pirámides.

Aunque para ese entonces ya había viajado fuera del país y vivido lejos de casa unos meses, mi sangre provinciana veía y sentía las calles inmensas y desconocidas. Admito que caminaba y me subía al Metro con temor. No recuerdo muy bien cómo llegamos de Teotihuacán a Coyoacán, incluso podría ser que no fuera el mismo día, ya que mi memoria me falla un poco. El nombre del bar no lo voy a mencionar, porque tampoco lo recuerdo, era uno de esos que se sumaron a la moda de servir cerveza en unos cosos alargados que en Colima llamaban jirafas, ¿ubican cuáles?

Después de varias rondas, nos trajeron la pomposa cuenta. Mi ser lleno de justicia, y pobreza para esos años, concluyó que nos habían cobrado de más: “seguramente se están aprovechando de que estamos borrachos”, quizá comenté, “y me escucharon el tonito de que no soy de aquí”, tal vez agregué. Siete años después no he logrado descifrar por qué sugerí pagar lo que nosotros creíamos justo y salir corriendo del bar. Literalmente corriendo. Roberto y yo nos fuimos hacia la misma dirección, tres cuadras después nos detuvimos y en el rush de la situación nos preguntamos qué había pasado con los otros tres: “¿de verdad son tus amigos? llevas años viviendo en Colima, qué más da, olvídalos y vamos por unos tacos”, bromeé a Roberto, quienes me conocen saben que hago los peores chistes en los peores momentos. Regresamos al bar y nos dimos cuenta que Joscelyn no había corrido tan rápido y la habían atrapado a los pocos metros. Pagamos lo faltante, salimos de ahí mientras todos se preguntaban por qué diablos le habían hecho caso a un desconocido (yo) y encima, provinciano. 

¿Podemos destacar de esta anécdota mi increíble poder de convencimiento?

Acto 2 | La vez que transité por calles desconocidas que ahora me son familiares.

En 2016 regresé a la capital del país, esta vez siendo autosuficiente. Tenía 26 años, un trabajo de 8 horas bien pagado (para Colima, claro) y ya con varios encuentros ante el SAT. En otras palabras, ya era todo un adultito. Era diciembre y mi mejor amigo, Ponce, había aprovechado las vacaciones para visitar a su familia, él vive en Ecuador. Nos encontramos en la Ciudad de México para conocerla un poco más. Fuimos a varios de los puntos turísticos: el Castillo de Chapultepec, el Bosque, el Zócalo, Roma, Condesa, la Cineteca y varios museos, incluido el de Frida Kahlo, ahí fue mi reencuentro con Coyoacán (esa vez sin correr). 






 Mi segunda vez en CDMX. Aquí, con Ponce, de fondo, Paseo de la Reforma.

Ponce llevaba viviendo más de un año fuera. Nuestra plática estuvo basada sobre cómo era vivir en otro país, en una capital como Quito. Me cuestionó en varias ocasiones si pensaba quedarme en Colima más tiempo y mi respuesta era que estaba muy cómodo. Esa comodidad peligrosa de: “me acaban de ascender en la oficina, tengo más responsabilidades, lo disfruto y creo que podría establecerme por completo”. 

9 meses después me estaría mudando.

Acto 3 | La vez que decidí mudarme a la Ciudad de México.

Aún recuerdo la imagen de mi amigo Omar recibiéndome en la Terminal del Norte. Era un domingo 1 de octubre, él vestía una gabardina negra por el frío matutino de la Ciudad. Yo usaba una chaqueta de mezclilla y cargaba dos maletas con mucho miedo.

Han pasado 10 meses desde mi tercer encuentro con la Ciudad. Las calles ya no son tan desconocidas. He regresado a Coyoacán en más de una ocasión y visitado de nuevo las Pirámides, en ambos casos he dejado de ser turista para convertirme en una especie de “guía” que le cuenta a otras personas sobre curiosidades de este lugar que se ha convertido en mi nuevo hogar. 

Mi segunda vez en las Pirámides, ahora como una especie de “guía turístico”. Un GRAN viaje.


“Bastante bien, má, mejor de lo que esperaba”, le contesté el mensaje a mi mamá hace dos días. 

Medio acto extra | Título pendiente

Este acto está incompleto, llenándose poco a poco. Me gusta pensar que se completará con increíbles historias de amor en todas sus formas, mucho trabajo y un poco de decepciones, para equilibrar. 

Estoy muy emocionado porque en menos de dos semanas volveré a Colima y podré quedarme varios días. Veré a mi familia, a mis amigos, iremos a los bares de siempre y nos pondremos al día. Sin embargo, estaré ansioso en volver a la Ciudad de México porque ahora mi presente está aquí. Me sorprende decirlo, porque soy uno de esos colimenses que ama cada uno de sus lugares, pero también he reflexionado sobre lo que nos perdemos al quedarnos en un solo lugar, ¿se imaginan la cantidad de personas y lugares que no estamos conociendo por permanecer donde mismo? No solo hablo de mudarnos de ciudad, sino todas las oportunidades que tenemos para salir: una fiesta con amigos un fin de semana, un viaje a la playa, un nuevo trabajo, ¡hay mucho por conocer!

Recuerden que somos las personas que conocemos y los lugares que visitamos, y que aún quedan muchos actos por contar.


Nunca hubiera conocido a estas increíbles personas si no hubiera decidido mudarme.
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Soy Fernando. A los 27 años me mudé a la Ciudad de México con un montón de miedos que se han ido quitando conforme pasa el tiempo. Cito a Colima en casi todas mis conversaciones.
Twitter: @NandoDeOca
Instagram: @NandoDeOca