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martes, 7 de agosto de 2018

El Chicharronero En la fotografía, Don Arturo, quien vendía chicharrones en el Mercado Alvaro Obregón. Texto: Tomado del Libro: Personajes pintorescos de Colima Profr. Ricardo Guzmán Nava. H. Ayuntamiento de Colima. Primera Edición, 1993. ¡…Ay qué cueros….! Y su vozarrón intencionado retumbaba bajo los portales, en el preciso momento en que pasa junto a él una moza agraciada de talle esbelto y andares insinuantes. Ya se le ha amonestado por la picaresca manera de anunciar su provocativa mercancía, principalmente en presencia de las muchachas provincianas, que se ruborizan con las miradas socarronas de los varones; pero él ha demostrado una y mil veces que no pretende ofender ofender a nadie, porque lo que dice es cosa del oficio, ya que expende solamente cueros….¡y qué cueros! En el arte de las apetitosas frituras el chicharronero colimote es todo un maestro. Dentro de un ancho cazo de cobre reluciente, hierven entre la grasa fundida las menudas lonjas del cebado de lechón despidiendo sus aromas incitantes. En la hora en que el calor se torna sofocante y se acerca el momento supremo de las viandas colimeñas, el chicharronero recorre todos los rumbos de la población, lanzando sus musicales pregones, que las amas de casa atisban desde las cocinas que sahúman el ambiente con el aroma delicioso de sus guisos: ¡Calientes de puerco!.... ¡De cuero y lonjaaaa….! Y las manos palmotean a la usanza costeña para llamar al pitancero hasta el umbral de la morada. Sobre una rústica batea de madera, frecuentemente remendada con tiras de lámina, se amontonan los trozos dorados y calientes de la pancita, sazonados buches, esponjosas y tronadoras frentes, suaves carnitas, trompas y cachetes y abundantes zurrapas para los clásicos pilones que era una costumbre de antaño ahora casi totalmente olvidada. El chicharronero lleva su vendimia sobre la cabeza, protegiéndose del calor de las fritangas con un pequeño sombrero de palma que lleva dentro el inseparable nagual. En la camisa han quedado impresas las huellas indelebles de la degollina. Sus pantalones pringosos caen sobre los rústicos huaraches que calzan sus pies de infatigable trashumante, recogiendo el polvo y el lodo de todos los caminos. Sobre el hombro la inseparable tijera, en la que asienta el expendio de su comestible, facilitando las operaciones del ambulante despacho y los regateos de las mujeres, a las que por fin logrará arrancarles unas monedas que deposita en una vetusta lata de sardinas. Compañero en sus andanzas pueblerinas es el pavoroso cuchillo que porta al cinto, en una funda de cuero patinado por el uso, implemento indispensable en el oficio y arma peligrosa en las reyertas callejeras. La aparición del chicharronero en las tabernas, donde se bebe con fruición la espumante cerveza que mitiga la des del mediodía, provoca ovaciones interminables y la organización de manifestaciones de simpatía en su honor. Sobre el mostrador se condimentan las botanas regionales, con sus chiles mirasoles y cuaresmeños, rojizas menudencias de frutas en vinagre de tuba, ruedas de jitomate y de cebolla, con su riego final de salsa endiablada que habrá de darle un estupendo sazón. Los ojos impacientes de los comensales devoran la preparación de los exquisitos platillos, que tienen la virtud de calmar apetitos vehementes con el disfrute de aquel manjar de inigualables chicharrones colimotes, de fama nacional, a la hora del sagrado yantar. Y el pintoresco personaje de rubicundas mejillas, que nuestros ojos se acostumbran a mirar todos los días sin concederle mayor importancia, deambula sin cesar por los ardientes empedrados del arroyo, a la hora en que el sol tórnase implacable y se percibe el silencio letargo de la sisesta. ¡Calientes de puerco!.... ¡De puerco y puerca!.... ¡De cuero y lonja!..... Y allá, sobre los quemantes andenes del Jardín Principal, vigilados por los ojos siempre abiertos del reloj público, se escucha el sonoro y festivo pregón de La Marinchela: ¡Ay qué cueros….padre mío…! Claudette Beal. August 07, 2018 at 06:15PM


Colima Antiguo https://ift.tt/2vJPOlb El Chicharronero En la fotografía, Don Arturo, quien vendía chicharrones en el Mercado Alvaro Obregón. Texto: Tomado del Libro: Personajes pintorescos de Colima Profr. Ricardo Guzmán Nava. H. Ayuntamiento de Colima. Primera Edición, 1993. ¡…Ay qué cueros….! Y su vozarrón intencionado retumbaba bajo los portales, en el preciso momento en que pasa junto a él una moza agraciada de talle esbelto y andares insinuantes. Ya se le ha amonestado por la picaresca manera de anunciar su provocativa mercancía, principalmente en presencia de las muchachas provincianas, que se ruborizan con las miradas socarronas de los varones; pero él ha demostrado una y mil veces que no pretende ofender ofender a nadie, porque lo que dice es cosa del oficio, ya que expende solamente cueros….¡y qué cueros! En el arte de las apetitosas frituras el chicharronero colimote es todo un maestro. Dentro de un ancho cazo de cobre reluciente, hierven entre la grasa fundida las menudas lonjas del cebado de lechón despidiendo sus aromas incitantes. En la hora en que el calor se torna sofocante y se acerca el momento supremo de las viandas colimeñas, el chicharronero recorre todos los rumbos de la población, lanzando sus musicales pregones, que las amas de casa atisban desde las cocinas que sahúman el ambiente con el aroma delicioso de sus guisos: ¡Calientes de puerco!.... ¡De cuero y lonjaaaa….! Y las manos palmotean a la usanza costeña para llamar al pitancero hasta el umbral de la morada. Sobre una rústica batea de madera, frecuentemente remendada con tiras de lámina, se amontonan los trozos dorados y calientes de la pancita, sazonados buches, esponjosas y tronadoras frentes, suaves carnitas, trompas y cachetes y abundantes zurrapas para los clásicos pilones que era una costumbre de antaño ahora casi totalmente olvidada. El chicharronero lleva su vendimia sobre la cabeza, protegiéndose del calor de las fritangas con un pequeño sombrero de palma que lleva dentro el inseparable nagual. En la camisa han quedado impresas las huellas indelebles de la degollina. Sus pantalones pringosos caen sobre los rústicos huaraches que calzan sus pies de infatigable trashumante, recogiendo el polvo y el lodo de todos los caminos. Sobre el hombro la inseparable tijera, en la que asienta el expendio de su comestible, facilitando las operaciones del ambulante despacho y los regateos de las mujeres, a las que por fin logrará arrancarles unas monedas que deposita en una vetusta lata de sardinas. Compañero en sus andanzas pueblerinas es el pavoroso cuchillo que porta al cinto, en una funda de cuero patinado por el uso, implemento indispensable en el oficio y arma peligrosa en las reyertas callejeras. La aparición del chicharronero en las tabernas, donde se bebe con fruición la espumante cerveza que mitiga la des del mediodía, provoca ovaciones interminables y la organización de manifestaciones de simpatía en su honor. Sobre el mostrador se condimentan las botanas regionales, con sus chiles mirasoles y cuaresmeños, rojizas menudencias de frutas en vinagre de tuba, ruedas de jitomate y de cebolla, con su riego final de salsa endiablada que habrá de darle un estupendo sazón. Los ojos impacientes de los comensales devoran la preparación de los exquisitos platillos, que tienen la virtud de calmar apetitos vehementes con el disfrute de aquel manjar de inigualables chicharrones colimotes, de fama nacional, a la hora del sagrado yantar. Y el pintoresco personaje de rubicundas mejillas, que nuestros ojos se acostumbran a mirar todos los días sin concederle mayor importancia, deambula sin cesar por los ardientes empedrados del arroyo, a la hora en que el sol tórnase implacable y se percibe el silencio letargo de la sisesta. ¡Calientes de puerco!.... ¡De puerco y puerca!.... ¡De cuero y lonja!..... Y allá, sobre los quemantes andenes del Jardín Principal, vigilados por los ojos siempre abiertos del reloj público, se escucha el sonoro y festivo pregón de La Marinchela: ¡Ay qué cueros….padre mío…! Claudette Beal.

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