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jueves, 2 de agosto de 2018

Se me salió lo colimote. Un provinciano en la ciudad por Fer Montes de Oca.


Interior Farmacia del Refugio “Farmacia del pollo”. 
Foto en sepia: Jofer

“Se te sale lo provinciano”, me dijeron hace unos momentos. Me lo gané a pulso al citar en la conversación al “Pollo”, ese hombre místico que atiende en la Farmacia El Refugio sobre la calle Vicente Guerrero en la ciudad de Colima. Y es que cuando uno tiene una afectación, como en la piel, por ejemplo, acude a este lugar que tiene más de 75 años de historia, ¿pero dónde hay un “Pollo” en la Ciudad de México?


Al intentar explicar quién era este personaje no supe responder: ¿un homeópata, un médico, un curandero? Es un boticario, así de simple. Su nombre es Jesús Macedo y abrió su botica el 15 de enero de 1942, según información de Colima Antiguo. Su apodo lo obtuvo en su infancia, cuando era un niño friolento y enfermizo al que sentaban en un equipal en el sol para “sacarle el frío”, asemejándose a un pollo, según cuentan.

Lo que actualmente podría considerarse una farmacia, en la década de los 40 y los 50 eran boticas. Existía una en cada colonia y estaban llenas de remedios naturales, los encargados de dar consultas “sabían un poco de todo”, según el Universal. 
Interior de la botica de Manuel R. Álvarez (ubicada en el portal Medellín) a principios del siglo XX. Fuente: Colima Antiguo, Arq. Miguel Villalpando. 



¿Un dolor de cabeza?, ¿o quizá en las rodillas?, ¿una alergia en la piel?, ¿lo prefieres en jarabe o ungüento? Los boticarios realizaban los medicamentos con ingredientes tradicionales: trituraban flores y raíces, agregaban hierbas y sales. 

Pero estas fórmulas no se crearon hace 70 años. No. El ser humano siempre ha buscado remediar sus males, y podemos remontarnos hasta los nativos precolombinos, antes de la llegada de Colón a América, quienes "sabían qué ingredientes causaban efectos antiespasmódicos, estimulantes, balsámicos o expectorantes, así como eméticos, purgativos, abortivos, narcóticos o hemostáticos", todo esto lo aplicaban acompañados de misticismo, religión y magia, según cuenta Francisco Asturias en “Historia de la medicina de Guatemala” y retomado por el portal Prensa Libre.

En el siglo XVI, aparecen las primeras boticas oficiales en los monasterios y conventos. Según el artículo “Sobre las antiguas boticas y sus sabios boticarios”, de Prensa Libre, no cualquiera podía ser boticario durante la época colonial. Se debía haber estudiado cursos básicos, haber sido bautizado y tener una constancia ser un hijo legítimo, obvio tenías que ser español “puro y limpio”. Ya en el siglo XIX, las boticas pasan a llamarse droguerías, las cuales eventualmente se convertirían en las farmacias (por la llegada de las farmaceúticas).

Si googleas “botica en cdmx” (sí, ya regresamos al siglo XXI), te aparecerán varios resultados: la Droguería Cosmopolita, en la Av. Revolución, en Mixcoac; Farmacia París, en el Centro Histórico, o Farmacia Azteca, en Granjas Coapa. En Colima, por ejemplo, no necesitas googlear dónde se encuentra el “Pollo”, un sinónimo colimote de boticario, pues ubicamos que se encuentra en Vicente Guerrero 190, en el Centro de la capital. Mi abuela, mi mamá, mis tías, todas y todos lo conocen. En el baño de la casa de mi mamá aún hay “menjurjes” en botellas genéricas para cuidar las irritaciones en la piel. Aún recuerdo las largas filas para esperar a que este singular personaje se desocupara, porque eso sí, mi abuela no dejaba que ninguno de sus ayudantes nos atendiera, “¿qué tal si nos mal recetaban?”. 

Hoy iba a escribir de otra cosa, sin embargo, se me hizo curioso que en CDMX no sepan que puedes acudir con el “Pollo” a tratarte los jiotes (Dermatitis Solar Hipocromiante, por su nombre médico).
El “Pollo”, sin duda, es un personaje muy colimense.

Farmacia del refugio, febrero del 2014. Foto: Claudette Beal. 





Soy Fernando. A los 27 años me mudé a la Ciudad de México con un montón de miedos que se han ido quitando conforme pasa el tiempo. Cito a Colima en casi todas mis conversaciones.
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