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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Desperté una mañana con el ruido que hacía la cabecera de la cama contra la pared, verdadero tableteo, indicio de que temblaba con fuerza. Desde niña supe de temblores en Colima. Chiapa, la hacienda de mi padre, en las faldas del volcán, se sacudía con frecuencia y también habitualmente mi nana Emilia gritaba: -¡A los arcos!, ¡a los arcos! _porque a ella le habían enseñado que las curvaturas de las construcciones eran los sitios más resistentes. Y bajo los arcos de los corredores pasábamos los instantes del temblor. Costumbre de la zona volcánica. Pero esa mañana, a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985, supe por la intensidad del movimiento que la sacudida era terremoto. Me lancé a quitar los dos cerrojos de la puerta de mi recámara. Y a la escalera. Había llegado al primer descanso cuando me dí cuenta de que en la pared del cubo se dibujaba repentinamente un zigzag y de allí salía el polvo del reboquete de enjarre, al tiempo que oía cómo los hombres de la guardia empezaban a subir con rapidez los escalones. Venciendo el miedo, detuve el descenso al tiempo que con esténtorea voz de mando ordenaba solemne: _ ¡Alto la guardia! Estoy en pijama. Pero ellos, los cuatro, como ensayado coro griego, contestaron al unísono: _ ¡No importa! Y allá subieron por mí: a respetuosos jalones de los brazos me obligaron a bajar y a correr hasta el jardín. Todavía temblaba la tierra cuando el jefe de grupo, Arturo Mejía, los ojos puestos en el azul del cielo, me consultaba respetuoso: _¿Si me da permiso, señora gobernadora, para subir por una bata? *Cuesta arriba, Memorias de la primera gobernadora.p. 131, 132. Griselda Alvarez. Universidad de Colima. Fondo de Cultura Económica. Claudette Beal September 19, 2018 at 03:59PM


Colima Antiguo https://ift.tt/2QM1JZc Desperté una mañana con el ruido que hacía la cabecera de la cama contra la pared, verdadero tableteo, indicio de que temblaba con fuerza. Desde niña supe de temblores en Colima. Chiapa, la hacienda de mi padre, en las faldas del volcán, se sacudía con frecuencia y también habitualmente mi nana Emilia gritaba: -¡A los arcos!, ¡a los arcos! _porque a ella le habían enseñado que las curvaturas de las construcciones eran los sitios más resistentes. Y bajo los arcos de los corredores pasábamos los instantes del temblor. Costumbre de la zona volcánica. Pero esa mañana, a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985, supe por la intensidad del movimiento que la sacudida era terremoto. Me lancé a quitar los dos cerrojos de la puerta de mi recámara. Y a la escalera. Había llegado al primer descanso cuando me dí cuenta de que en la pared del cubo se dibujaba repentinamente un zigzag y de allí salía el polvo del reboquete de enjarre, al tiempo que oía cómo los hombres de la guardia empezaban a subir con rapidez los escalones. Venciendo el miedo, detuve el descenso al tiempo que con esténtorea voz de mando ordenaba solemne: _ ¡Alto la guardia! Estoy en pijama. Pero ellos, los cuatro, como ensayado coro griego, contestaron al unísono: _ ¡No importa! Y allá subieron por mí: a respetuosos jalones de los brazos me obligaron a bajar y a correr hasta el jardín. Todavía temblaba la tierra cuando el jefe de grupo, Arturo Mejía, los ojos puestos en el azul del cielo, me consultaba respetuoso: _¿Si me da permiso, señora gobernadora, para subir por una bata? *Cuesta arriba, Memorias de la primera gobernadora.p. 131, 132. Griselda Alvarez. Universidad de Colima. Fondo de Cultura Económica. Claudette Beal

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