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jueves, 6 de diciembre de 2018

La ciudad se me viene abajo. Un provinciano en la ciudad por Fer Montes de Oca. @nandodeoca




No me sentía del todo bien. Acostado en la cama comenzó a faltarme la respiración, no podía pensar en otra cosa que no fuera en el aire que entraba por mi nariz. Me levanté a preparar un sándwich. Eran como las 11 de la noche. Les dije a mis amigos que no tenía ganas de salir. Mi roomie no llegaría a dormir. Estaba solo.

Me recosté de nuevo. Intentaba conciliar el sueño pero unos ​pensamientos intensos invadían mi cabeza. Tomé el celular y googlée “ataque de ansiedad”, me asusté poquito. A los treinta y tantos minutos me llegó el sueño.
Al día siguiente intenté identificar la razón del ataque de pánico. Lo logré.

Los síntomas de una crisis de pánico “son muy típicos”, explica Jerónimo Sáiz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal, en Madrid. “Son muy violentos, muy súbitos, muy intensos y rápidos y producen mucho malestar”, según platica en una entrevista para ​un portal de salud.

Supe también que los ataques de pánico se generan cuando tenemos mucho estrés, por el trabajo, las relaciones, la familia, algo que creemos que puede salirse de nuestras manos.

En la mayoría de los casos la gente desarrolla los llamados síntomas de evitación, que no son otros que síntomas fóbicos por los cuales empiezan a tener un miedo irracional y exagerado. “Este temor está relacionado con la creencia de que si tenemos un ataque cuando estamos solos no vamos a recibir ayuda”, dice Sáiz.

Mi roomie no estaba; mis amigos estaban de fiesta, y mi familia iba rumbo a Talpa de Allende. La última vez que visité Talpa tendría unos 11 años, los celulares no estaban de moda y la comunicación era complicada. De ahí, pensé después, venía mi sensación de sentirme solo cuando me llegó el ataque de pánico, creía que nadie iba a atender mi llamada en caso de una emergencia mayor.

Los días previos a esa noche había tenido un estrés aumentado en la oficina. La presión por la Cuarta Transformación me invadía y, al parecer, ese sábado, el fin de semana de la Consulta Nacional para el Tren Maya, saqué todo mi malestar y lo reflejé en un pánico controlable pero intenso. Los días previos a esa noche odiaba la Ciudad. Me disgustaba el tráfico y el exceso de personas; el humo de los camiones me parecía excesivo; tenía calor y mal humor; sentía que la Ciudad me estaba escupiendo lejos de ella. Quería irme, pero no a Colima. Me sentía perdido. Fue el estrés.

Han pasado dos semanas desde ese ataque. La tranquilidad volvió y me gusta pensar que fue un caso aislado. Todos podemos tener uno, por eso hay que estar preparados.
Para superarlos pueden intentar técnicas de relajación; entretenernos en otras cosas para no pensar en el problema; llamar a alguien, o estar acompañados.

Sí. La Ciudad de México es complicada. Inmensa, llena de gente y de autos. Hay mucha competencia en todo sentido. Es grande y, en ciertos momentos, poco funcional. Pero ahora
 
que estoy relajado vuelvo a decirles que me gusta estar aquí. Si planean mudarse para acá tengan en cuenta que hay que saber lidiar con el estrés. Vencí aquella noche de sábado, pero soy consciente de que otra batalla puede llegar en un momento de inestabilidad.

Respiraré profundo y la enfrentaré.

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