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lunes, 15 de marzo de 2021

Reflexiones sobre “Estrategia. Una Historia”.

Por: Miguel Ángel Chávez Valencia.

Lawrence Freedman,  autor del “Estrategia. Una Historia”, (Edit. La Esfera de los Libros, 2ª edición, Madrid, 2017), nació  en 1948 en Inglaterra y se ha desempeñado en Instituto Internacional de Estudios Estratégicos y el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Chatham House). También ha sido profesor de Historia Militar del King´s College de Londres, del que es vice rector, además es miembro de la British Academy y posee un extenso currículum de cargos militares y académicos. Es autor de publicaciones sobre estrategia nuclear, además de haber sido distinguido como Comandante de la Orden del Imperio Británico.

 Es difícil hacer en un artículo una reseña de un libro tan rico, diverso y lleno de referencias históricas, citas bibliográficas y exposiciones teóricas como el que nos ocupa. Para no extenderme en demasía más bien propongo hacer algunas reflexiones, comentarios y referencias de algunos temas del universo de ideas incluidas en esta obra.  “Estrategia. Una Historia”, es mucho más que la narración cronológica de estrategias en las diferentes culturas y momentos de la humanidad, o un recuento sobre cómo se gestaron la serie de ideas, movimientos sociales y teorías de pensamiento que desde una perspectiva estratégica, trataron de explicar e influir en la realidad en sus vertientes militar, política o empresarial. Freedman nos obsequia en su libro de 1004 páginas, conformadas en cinco partes y 38 capítulos, el que quizás sea el trabajo de investigación más minucioso, extenso y valioso de los últimos tiempos no solo en materia de estrategia, sino en la vinculación de disciplinas que van desde la historia, hasta la ciencia política, la economía, la sociología, las matemáticas, la psicología y la gestión empresarial. Por su contenido, estructura, rigor académico y por su valioso aporte al mundo de la estrategia, el trabajo de Freedman es digno de un curso completo. Confieso que en mi caso personal, tan solo el intentar desmenuzar su obra me llevó el doble de tiempo que la lectura.

Como la apunta Freedman en el prólogo, “…contar con una estrategia significa tener la capacidad para observar el mundo y analizarlo a corto plazo y la habilidad para prever las consecuencias a largo plazo y, lo más importante, para identificar las causas más que los síntomas, para ver el bosque en su totalidad y no solo los árboles…”. Para él, el territorio de la estrategia es la negociación y la persuasión, así como las amenazas y la presión, situaciones en las que se recurre a los efectos psicológicos y físicos, así como a las palabras y a los hechos.

Freedman nos sumerge en la evolución de la estrategia que acompaña rastreando sus orígenes hasta la misma en la prehistoria, en la evolución de las especies, señalando que las raíces de la política y de la estrategia son más antiguas que las de la humanidad. Para el caso destaca el ejemplo sobre cómo los chimpancés primitivos establecían coaliciones y luchaban por el poder para ganar territorio o comida. Desde ahí el autor nos lleva por un recorrido de la humanidad sosteniendo como base sus conocimientos en la materia, así como un interminable afán para investigar, recopilar, releer y analizar información sobre diversas épocas, culturas, teorías filosóficas, políticas, económicas y sociológicas.

Hurgando los orígenes de la estrategia en La Biblia o la antigua Grecia, donde surge la polaridad fortaleza-ingenio encarnada en Aquiles y Ulises respectivamente, Freedman muestra con pulcritud las ventajas y desventajas que desde la antigüedad ha traído consigo la inteligencia práctica, esto es la habilidad desmedida para convencer, así como la astucia, la manipulación y las argucias. También nos lleva de Tucídides a Protágoras y de Pericles a los sofistas y hasta Platón, quien condenaba a todos aquellos que en la búsqueda del poder, y no de la verdad, poseían mentalidad estratégica para alcanzar sus propósitos.

Más adelante analiza a Sun Tzu, Maquiavelo, John Milton y diversos personajes con los que desde la antigüedad al renacimiento muestra cómo ha sido concebida la estrategia o aproximaciones a la misma en distintos momentos. Por ejemplo, rescata la idea con la que Sun Tzu hablaba de cómo someter al enemigo sin luchar, sobre la importancia que el “arte del engaño” ha tenido desde aquellos tiempos, y el que la clave de éste reside en hacer lo contrario a lo esperado. Sobre el aporte de Maquiavelo, nos dice que el mejor estratega es el que procura desarrollar una base para el ejercicio del poder, yendo más allá de las falsas impresiones y los castigos violentos, mostrando capacidades reales para el mando y el respeto general.

Con la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte surgieron diferentes innovaciones, tanto en el mejoramiento de medios de transporte y la cartografía, como en el hecho de que las guerras pasaron a ser acciones donde un Estado podía poner en riesgo la existencia de otro, lo cual se representaba con la idea de la “batalla de aniquilación”, firmemente arraigada en la mentalidad militar de la época. Fue a mediados del siglo XIX, apunta Freedman, cuando la palabra estrategia, pese a contar con raíces etimológicas que la remiten a la antigüedad, apenas comenzó a usarse tal y como la conocemos hoy día. La contribución de Napoleón, el genio de la estrategia de esa época, quien descubrió cómo se podía obtener el máximo fruto de un gran ejército, fue más práctica que teórica, señala Freedman.

Una de los momentos más interesantes del libro es cuando el autor aborda los aportes de Antoine-Henri Jomini y Karl Von Clausewitz. Sobre Jomini, a quien ubica como el intérprete más destacado del método napoleónico, retoma la concepción de estrategia como la actividad que había entre la política, -donde se toman las decisiones sobre contra quien luchar- y la táctica, ubicada en el sitio de combate real. Para Jomini la estrategia decide dónde actuar, la logística se refiere al traslado de las tropas hasta dicho punto, y la táctica general tiene que ver con el modo de ejecutar la decisión y el uso de las tropas. De Clausewitz, a quien en lo personal considero uno de los pilares de la teoría de la estrategia, Freedman sostiene que éste consideraba a la estrategia como una serie de principios eternos e inalterables.

Para Clausewitz la guerra era la continuación de la política por otros medios, y el propósito de su obra fue desarrollar un marco conceptual que integrara a todos los elementos sustanciales de la guerra. De entre todos los aspectos rescatados del prusiano por Freedman sobresale la llamada “fricción política” o “fricción”, elemento indispensable en toda construcción estratégica de nuestros días, consistente en una especie de resistencia que explica la diferencia entre cómo debía ser la guerra y la forma en que realidad ocurría. Otro aspecto esencial en Clausewitz que describe claramente el autor, se refiere al llamado “centro de gravedad”, punto de convergencia de fuerzas y donde el peso del objeto está equilibrado. Para Clausewitz si se golpea o altera el centro de gravedad el objeto en cuestión puede perder el equilibrio, por lo que el golpe más violento en un ataque debe ejecutarse hacia dicho lugar.

Con respecto a León Tolstoi, Freedman habla del desprecio de éste sobre la nueva ciencia de la estrategia, y retoma una cita del escritor ruso quien sostenía que “no es posible formular teorías que se ajusten a la inmensa variedad de los episodios, las ignotas causas y efectos que forman la interacción de hombres y hechos que la historia pretende registrar”. Freedman considera que a pesar de que las ideas de Toltstoi no tuvieron n influencia en la práctica real de la estrategia de su tiempo, sí la tuvieron más adelante, favoreciendo de manera particular el desarrollo de las estrategias de la no violencia.

Freedman analiza con sumo detalle las diferencias entre las estrategias de aniquilación y agotamiento, así como el “ataque indirecto” promovido por Sir Basil Liddel Hart, -enriquecido por los ejemplos de maniobra de Winston Churchill-, y más próximo a lo que se entiende hoy día como la verdadera estrategia, dirigido a reducir las posibilidades de resistencia del adversario y a generar un golpe más en el ámbito psicológico que en el físico.

También expone teorías y propuestas que tuvieron influencia en la posguerra, como las relacionadas a los partidarios de una estrategia derivada del auge de la fuerza aérea, hasta una serie de análisis que lo trasladan a los llamados “juegos nucleares” de la Guerra Fría, con las directrices impuestas en derredor de la RAND (Research and Development), que, según comenta Freedman transformaron los modelos establecidos de pensamiento tanto en el ámbito militar como en las ciencias sociales. La influencia de la RAND, expone el autor, en la concepción de las estrategias fue enorme y generó un cambio radical en detrimento de la intuición y de las formas tradicionales del pensamiento estratégico, incorporando aspectos innovadores al incluir en la concepción de sus métodos equipos de biólogos, matemáticos, científicos y particularmente la computación. Robert Mc Namara, secretario de la defensa de Kennedy y Johnson fue el principal impulsor de esta visión de la estrategia.

Como evolución en ese proceso, la “teoría del juego” o “gamificación”, fue una figura metodológica que vino a representar un modo de pensar la estrategia desde una perspectiva abstracta y formal, lo que quiere decir que cuando las relaciones entraban en conflicto, en circunstancias restrictivas o acotadas, la estrategia sería no maximizar las ganancias, sino aceptar como bueno el mejor de los resultados posibles –“minimax”, llamada por Freedman-.

Freedman también analiza la evolución del pensamiento estratégico desde perspectivas como la disuasión o la guerra de guerrillas, donde retoma algunas lecciones históricas de Garibaldi, Engels, Lenin, Trotsky, Lawrence de Arabia, Mao y Nguyen Giap en Vietnam. El viaje al que nos transporta tiene escalas en las teorías de la contrainsurgencia desarrolladas, particularmente en Estados Unidos y otros lugares como respuesta a la guerra de guerrillas, tanto por Kennedy, Templer y Galula.

Nos relata Freedman como posterior a las visiones estratégicas desarrolladas por las experiencias en Vietnam y la “estrategia nuclear”, las visiones civiles se retiraron del campo de batalla y los laboratorios de ideas vinieron a ocuparse de la estrategia en la política y en otras vertientes. Surgieron multiplicidad de visiones encarnadas en Beaufre o John Boyd, quien desarrolló el llamado “Bucle OODA” –observación, orientación, decisión y acción-, trayendo nuevamente consigo al escenario del discurso estratégico el desgaste y la capacidad de maniobra. El aporte a la estrategia de experiencias como la Guerra de Irak con los ataques de precisión, donde el aspecto físico pasó a segundo plano, predominando el uso de nuevas tecnologías y la guerra de información, emergieron cuando Estados Unidos renunció a su concepto de guerra de aniquilación tras las fallidas maniobras de Schwarzkopf. Con los ataques del 11 de septiembre de 2001 resurge la “guerra asimétrica”, un modelo de guerra no convencional o irregular, como ocurrió en Vietnam, donde el débil en lugar de concentrarse en ganar batallas enfocó sus recursos para generar el mayor daño posible al adversario fuerte, generando caos y confusión. La experiencia muestra cómo al final Estados Unidos terminó mostrando su superioridad tecnológica y militar.

De una riqueza incalculable, la obra de Freedman profundiza en aspectos como las operaciones psicológicas, operaciones informativas, el storytelling, y dedica toda la tercera parte del libro para analizar la “Estrategia desde Abajo”, esto es en las teorías, visiones y movimientos sociales desde la Revolución Francesa, la aparición de personajes como Blanqui, Proudhon, Bakunin, Mazzini, Marx, Engels o Herzen, hasta llegar a Bernstein, Kautsky, Rosa de Luxemburgo y Lenin, de quien el autor señala que su éxito no fue resultado de una organización concienzuda, sino de su peculiar perspectiva de las dinámicas de la situación en que se encontraba. No podía escapar en Freedman el análisis de la postura de la contraparte ideológica a los revolucionarios, por lo que el libro también retoma el surgimiento de la sociología a partir de la aparición de Weber, o los experimentos de Jane Adams y John Dewey, hasta llegar a los exponentes de la escuela italiana del neomaquiavelismo con Pareto, Michels y Mosca. Además el autor incluye a Antonio Gramsci y su aporte con el concepto de “hegemonía”, para más adelante involucrarse en los inicios de la propaganda en el siglo XX en la Alemania nazi y los estudios de Robert Pack, Lippman y Laswell.

Un aspecto que en lo personal fue uno de mis favoritos en la lectura y análisis del libro, es la que se refiere a las estrategias de la no violencia, aparecidas con los movimientos sufragistas de mujeres en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y más tarde con Gandhi en la India, así en cómo la influencia del ícono hindú fue decisiva en el surgimiento del movimiento por los derechos civiles con James Farmer, George Houser, Bayard Rustin, Philip Randolph y Martin Luther King con la llamada “acción directa no violenta”, que básicamente buscaba generar crisis y favorecer la tensión para obligar a las autoridades, especialmente a las más conservadoras, a afrontar los temas que el movimiento ponía en la agenda.

Freedman retoma también las visiones existenciales de la estrategia, con Tom Hayden, Salul Alinsky, Robert Park y hasta Cesar Chávez en California, así como perspectivas más radicales que dieron origen al “black power” y las luchas de Malcolm X y Franz Fanon, o los intentos revolucionarios de Paul Porter, Ernesto “Che” Guevara y la influencia de Herbert Marcuse, particularmente con su “Ensayo Sobre la Liberación” y la idea de que los estudiantes eran “agentes de cambio”.

Lawrence Freedman también nos muestra la evolución del pensamiento estratégico desde la perspectiva de las nuevas estructuras, paradigmas, discursos y relatos, pasando por Kuhn, Focault, Barthes y Todorov, hasta aproximarse a la era Bush con la inclusión de Dios en el discurso y la férrea disputa por el poder entre republicanos y demócratas que llevó a Lakoff a plantear la pertinencia de no dirimir las controversias en el territorio lingüístico del enemigo, sino en el propio. De igual manera detalla el advenimiento de la nueva política conservadora con Reagan a la cabeza, la instauración del storytelling, la influencia de Lee Atwater, Pat Caddell o James Carville, éste último en la campaña de Bill Clinton.

Freedman también aborda cómo a medida que crecieron las empresas surgió la estrategia de los managers y ejecutivos, desde el taylorismo que buscaba emplear la fuerza de trabajo con más eficacia, pasando por la llamada “Escuela de Relaciones Humanas”, la influencia de Rockefeller y el anti sindicalismo de Ford, hasta la innovadora postura de Alfred P. Sloan, presidente de General Motors, quien dio un giro al modelo de estrategia empresarial de la primera mitad del siglo XX. El autor no escatima esfuerzos por presentarnos cómo se transformó la estrategia a partir del surgimiento de las grandes corporaciones, dando lugar a conceptos como planificación, búsqueda de la competitividad, gestión total de la calidad, reingeniería de procesos, innovación, excelencia y la llamada planificación estratégica, que más tarde mostró sus limitaciones por su rigidez natural ante las circunstancias cambiantes del entorno.

Casi al final Freedman expone cómo después de un recorrido, que desde mi punto de vista fue trazado por la evolución del pensamiento político y social, por el desarrollo tecnológico y de la economía, se dio un retorno al relato porque se comenzó a pensar que una buena historia podría ayudar a explicar los puntos más importantes de una estrategia. Al igual que otros autores, Freedman localiza el surgimiento de las historias en la cultura empresarial norteamericana, cuando “los negocios ya no seguían las directrices militares y los empleados esperaban que los convencieran más que instruyeran, los directivos se vieron obligados a utilizar historias para plantear sus ideas”. Y de ahí las famosas stories se extendieron a la propaganda, la publicidad y las estrategias de comunicación política.

La obra de Freedman no es un manual del buen estratega o un recetario al que se pueda consultar para extraer de él la recomendación más adecuada para una situación dada. El trabajo de Lawrence Freedman es mucho más que eso, representa un esfuerzo extraordinario de varios años, que aporta cómo la evolución del hombre y el desarrollo han estado acompañados en todo momento de pensamientos y acciones tendientes a luchar por el poder. Nos adentra en las contradicciones y aciertos que han existido a lo largo de la historia, en las tendencias o escuelas que han usado el pensamiento estratégico para preservar la situación que más convenía a sus intereses, o para cambiarla de manera sutil o radical conforme a su conveniencia.

Si desde antes de leer el libro existía en mí un interés por buscar, leer y analizar textos y libros en la materia, a partir de la lectura de la obra de Freedman esta vocación no solamente se ha acrecentado, sino que puedo decir que adentrarme en el análisis que propone el autor me permitió unir algunos eslabones sueltos, o descubrir cómo estructuras de pensamiento y métodos surgieron, fueron desplazados, volvieron a renacer o explican la práctica cotidiana de lo que conocemos como estrategia. Algo que valoro y que de manera empírica compartía previo a la lectura es que para que exista una estrategia debe haber una situación de conflicto, porque la estrategia precisamente debe consistir en el tránsito hacia el objetivo en medio de dicha situación adversa. Por lo tanto, cualquier cosa que se pretenda llamar estrategia en ausencia de un conflicto podrá ser un plan o programa pero jamás una estrategia.

Al no tratarse de un manual o un recetario de estrategias el libro no incluye un capítulo o apartado de conclusiones. Las conclusiones son de quien las lee. En mi caso podría señalar que de los diferentes métodos, teorías y visiones que han tratado de imponer su visión del pensamiento estratégico, es indispensable que los procedimientos conscientes, analíticos, intelectuales y secuenciales de una estrategia, son inseparables de la intuición, cualidad indispensable de todo aquel que pretenda ser o llamarse estratega.

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