Después del terremoto de 2003 en Colima, mi mamá decidió comprarme un celular. Era del tamaño de un teléfono inalámbrico, que se cargaba, de hecho, como un teléfono inalámbrico. Mi abuela se enojó demasiado por ese regalo, creía que las radiaciones podrían hacerme daño (y según esta nota de BBC, no estaba tan errada).
Paréntesis cortito para decir algo bonito sobre mi abue: mi mamá Celia, como nos pedía le llamáramos, podría no usar celular, pero sí usaba una computadora, incluso atendía uno de los cibercafés que mis tíos tenían por allá del 2007. Si no mal recuerdo, su cuenta de messenger (sí, de messenger) era celiaurzuazamora@hotmail.com. Por esa vía solía decirme que había cocinado taquitos entomatados para invitarme a comer.
A lo que voy es que mi abue era moderna a la antigua. No autorizaba el uso de celular y probablemente tampoco hubiera aceptado que yo viajara con desconocidos a través del ride colaborativo. Aquí mi historia.
En noviembre usé un ride colaborativo en la CDMX
He usado el servicio de Bla Bla Car en contadas ocasiones. Lo utilicé un par de veces para ir de Colima a Guadalajara y viceversa, o sea, poco más de 200 kilómetros equivalentes a 2 horas, ¿pero usarlo de CDMX a Jalisco? Pensé que no habría mayores inconvenientes.
Sí los hubo.
El auto de Gustavo era amplio y cómodo. Aún estaba oscuro cuando comenzó el viaje. La temática principal durante las primera hora y media fue el sismo del 19 de septiembre.
Pasadas las 7 de la mañana un ruido extraño hizo que la conversación se detuviera: se había ponchado una llanta.
¿Dónde cambiar una llanta ponchada en medio de la carretera a las 7 de la mañana en el puente del 2 de noviembre? No lo sabíamos.
El estrés reinó durante unos 30 minutos mientras hacía un frío madrugador. Gustavo traía llanta de refacción, gato hidráulico, pero faltaba una pieza para quitar los pernos del neumático.
En un Oxxo cercano estaba un trabajador de los llamados Ángeles Verdes. Eso es suerte, pensamos. Puso la llanta de repuesto y nos indicó que en el pueblo siguiente podría haber una llantera (era Atlacomulco, el lugar que vio nacer a nuestro futuro expresidente, Enrique Peña Nieto).
Llegamos a 2 llanteras y nada. El estrés volvió durante 10 minutos más. El tercer lugar fue el ganador. Por $700 pesos cambiaron las ruedas traseras del auto.
Un famoso restaurante en medio de la carretera
El incidente llantístico nos había retrasado más de una hora. Debíamos haber llegado a Guadalajara a las 11:30 de la mañana, pero eran las 9 y no íbamos ni a medio camino. Hacía hambre. Horas atrás alguien había mencionado un café sobre la autopista México-Morelia. Gustavo, un tanto apenado por el retraso, decidió invitarnos a desayunar a este lugar llamado Café Km 118.
Es una cafetería no-tan-pequeña a lado del camino, a la altura de Maravatío. El personal, vestido ad hoc al día de muertos, nos mostró el menú: tortas de milanesa, huevos al gusto, chilaquiles, enchiladas, postres y café.
No podría hacer una crítica más especializada del lugar porque en realidad no teníamos cabeza para eso, sólo queríamos comer y aprovechar el momento para conocernos. Gustavo era trabajador en Grupo Modelo, iría a Guadalajara a pedir la mano de su novia; Lilette era una productora audiovisual que una noche antes estaba grabando un comercial para Nestlé, viajaría con el fin de reencontrarse con la ciudad de la tierra mojada, alejarse un poco de la contaminación y hacerse las uñas; Virgilio formaba parte del equipo del equipo de Miguel Ángel Mancera (ahora exjefe de gobierno y candidato plurinominal al Senado) y cada dos semanas viajaba a Guadalajara a visitar a su esposa e hijos. Todos parecían grandes personas.
El viaje siguió entre recomendaciones de lugares para visitar en la CDMX: Casa Franca, Departamento, Salón Los Ángeles y Mercado del Carmen. Llegamos a Guadalajara poco después de la 1 de la tarde. Muchas horas después de lo acordado.
Qué considerar al hacer carpooling
No hay comentarios.:
Publicar un comentario