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miércoles, 21 de junio de 2017

Arqueología: Otto Schöndube y los cazadores del Occidente perdido

Arqueología: Otto Schöndube y los cazadores del Occidente perdido


Schöndube, para quien la arqueología es más una suave contemplación haciendo andar sus dedos sobre las páginas de un libro, o bien a sus pies sobre una excavación en proceso, sea más un anti Indiana Jones que otra cosa


Por: Jose Langarica


“Bueno, yo siempre les digo que hay algo de aventura, pero que por favor se borren la imagen del látigo y demás”, explica el arqueólogo Otto Schöndube.


 


“Nos pasan a veces cosas extraordinarias, pero en realidad a diferencia de Indiana Jones, donde fundamentalmente se hace hincapié en el valor de los objetos con signo de pesos, para nosotros estriba en su significado”.


Acaso Schöndube, para quien la arqueología es más una suave contemplación haciendo andar sus dedos sobre las páginas de un libro, o bien a sus pies sobre una excavación en proceso, sea más un anti Indiana Jones que otra cosa: “No soy de los que ahora están de moda, de aventureros extremos. Me dediqué a aventuras más pacíficas, la arqueología era una de ellas”.


Esta, dice, “nos permite desplazarnos tanto por el espacio físico como por el temporal, porque estamos retrocediendo en el tiempo. Uno lo puede hacer desde un escritorio. Cuando se cansa del escritorio, pues va uno a recorrer los escenarios para -alguna vez dije- ver el paisaje con un sentido histórico donde se desarrollaron acciones humanas”.


Desde 1963 es investigador titular en el Instituto Nacional de Antropología e Historia; maestro en Antropología, especializado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH); ha sido distinguido por una plétora de reconocimientos, incluyendo el Premio Jalisco en Ciencias, el Premio Ciudad de Guadalajara, el Premio Sarquís Merrewe y Legión del Honor.


Bromea sobre el viejo chiste arguyendo que los arqueólogos han decidido su profesión “porque somos entes cuyas mamás no nos dejaban jugar con tierra”. En su caso particular la decisión pudiera tener antecedentes más profundos e incluso insospechados: 


“Yo, quiera o no, vengo de una familia mestiza. Una familia mexicana alemana con dos ámbitos culturales un tanto diferentes. Pero en realidad mi cultura está mamada porque siempre he vivido en el país. Me considero más mexicano, pero quizás una de las razones de buscar esto en la arqueología haya sido también una búsqueda de mi propia identidad”.


No obstante, siempre estuvo rodeado tanto de la curiosidad del científico como de los estímulos que lo desarrollan:


“Mi abuelo materno había trabajado en una hacienda de Colima, ahí Isabel Kelly, la famosa arqueóloga, había entrado en contacto con él. Como siempre sucede en los trabajos de campo, aparecen cosas. Mi abuelo tenía una colección, y me platicaba de cómo las había encontrado”. 


Se topó accidentalmente –Freud solía decir que no hay casualidades- con el museo nacional, hallando ahí lo que en realidad le interesaba. Abandonó entonces sus estudios en ingeniería mecánica eléctrica para dedicarse a la arqueología. 


“No lo lamento porque muchos de mis maestros ponen símiles de otras ciencias para la interpretación arqueológica. Auque era mecánica eléctrica, llevamos un muy buen curso de topografia, que es levantar planos y cosas de ese tipo. Y para los que luego dicen que no les gustan las matemáticas, también sirven en arqueología: en topografía, por ejemplo, para establecer estadísticas, para describir mejor las cosas desde elementos más firmes como son las medidas, y no solamente con una apreciación estética”.


El Cenote Sagrado


Corazón del espíritu religioso maya, el Cenote Sagrado de Chichen Itzá mide 65 metros de diámetro y 35 de profundidad; siglos después de la decadencia de Chichen Itzá, los mayas continuaban sus peregrinaciones a esta curiosa apertura en la tierra. Resaltan entre los elementos hallados (además de piezas de oro, jade, cobre, tela y cestería) restos de seres humanos.


“La mayoría de los huesos encontrados ahí son más bien de infantes, y uno de nuestros maestros hacía una broma pícara al respecto: podemos decir si eran hombres o mujeres, pero definitivamente los huesos no nos pueden decir si eran o no doncellas”.


Se trata de una de las mayores aventuras de Otto Schöndube, dejándole la satisfacción de ver sus predicciones sobre los futuros hallazgos cumplidos cuando fue llamado a realizar estudios en otros sitios.


“No son predicciones del tipo profético, sino que están basadas por decirlo así en la experiencia; las pistas encontradas hasta cierto momento le dicen a uno ‘pues si sigues por aquí, vas a encontrar esto’”.

 

Mesoamérica en perspectiva


Para Schöndube, las culturas deben ser apreciadas según sus méritos propios, y no como una inescapable escalera donde se está predestinado a la consecución de ciertas obras. Pirámides, digamos. 


“Yo siempre he sido un defensor de que la importancia de la evidencia no es tanto por su belleza o monumentalidad sino por las posibles respuestas que nos dan a incógnitas. En ese aspecto pues a lo mejor me impresione mucho una pirámide, pero un tepalcate en determinado momento me da más datos (...) Antes se veía todo como en estafetas, y que los olmecas le seden la estafeta a los teotihuacanos, y que se tiene una evolución en el país unilineal”. Por el contrario, la antigua Mesoamérica era “igual que ahora: somos varias regiones. Todos somos mexicanos. Pero, digamos, aquí somos buenos para la birria y el pozole, y en Yucatán pues para la cochinita pibil, ¿no?”. 


Esto lo lleva a la tesis de una identidad regional anterior a la Era de la conquista. ¿Mexicanidad a caso?


“Yo diría, más que de la mexicanidad, las raíces de la mexicanidad, que es la mesoamericanidad. De hecho se palpa aún en los escritos donde las culturas de esta área se consideran a sí mismas ‘toltecas’, ‘artistas’, ‘los grandes’, ‘los civilizados’; mientras que allende la frontera (no de México, sino de Mesoamérica) pues son lo bárbaros, los nómadas, los chichimecas. Son los otros”.


Los retos de la arqueología


“Para mí, los retos mayores son que nuestro territorio ha estado poblado desde tiempo inmemorial con distintas manifestaciones. Prácticamente no hay un sólo lugar en el territorio donde no haya una huella de ocupación humana; no quiero decir pirámides: puede haber sido un campo, un canal, el cimiento de una choza, una acumulación de tepalcates, una terraza de cultivo. Somos demasiado pocos arqueólogos y hay poco presupuesto para salvaguardar todo lo que se está perdiendo por todos estos nuevos desarrollos de construcción de casas habitación, de carreteras, de presas, etcétera”. 


Era imposible retirarse sin hacer la pregunta: ¿Le gustan las películas de Indiana Jones?


“Sí, sí me gustan -responde-, me gustan mucho”.


 Arqueólogos y paleontólogos


Ambas disciplinas pasan de la biblioteca a las excavaciones para de ahí, con suerte, hacer una larga escala en algún laboratorio tomando estudios y mediciones, reanudando el círculo entre la biblioteca o al campo. Ambas mantienen un interés por el pasado. Sin embargo, sus perspectivas son diferentes. El arqueólogo está interesado en lo que artefactos humanos pueden decir sobre el hombre, mientras que el paleontólogo centra su visión en animales casi por regla desaparecidos. Compartiendo su espartana oficina en el Museo Regional de la Ciudad nada menos que con el ingeniero Federico Solórzano -otra leyenda de la ciencia en Occidente-, hago notar a Otto Schöndube cómo el INAH no permite en México a un paleontólogo realizar una excavación:


“De repente, cosas que estaban un poco al margen como eran los fósiles les empezó a entrar a mucha gente preocupación por la salvaguarda y también dijeron ‘déjenselo al INAH’ -reflexiona-. Pero al arqueólogo y al instituto le deben interesar nada más estos restos, a mi modo de ver, cuando estén asociados a una evidencia humana. Si está el ingeniero Solórzano excavando un gonfoterio o un mamut o los esqueletos de un caballo prehistórico y de repente le comienzan a aparecer puntas de proyectil entonces sí, pues que agarre su silbatito y me diga ‘Otto, vente acá’. Pero condicionar al ingeniero a que esté yo siempre ahí, o cualquier otro arqueólogo, va más allá de la raya del límite”.


CRÉDITOS: EL INFORMADOR / RNGZ Jun-27 23:28 hrs


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